Por: Lilliam Maldonado Cordero
Baal es el nombre atribuido a una antigua deidad canaanita fenicia a la que se le otorgaba el poder sobre la fertilidad y las tormentas. Poseía el título de príncipe, señor de la tierra y de los fluidos indispensables para la vida en los suelos secos de Canaán: la lluvia y el rocío. Su significado es, más bien, “dios”, y se ha aplicado a otras entidades al igual que a mandatarios, reyes y gobernantes. A esta figura se le atribuyen otros nombres y se le relaciona con varias deidades antiguas.
Algunos hemos conocido de Baal, no tanto como un dios del antiguo medio Oriente con poderes sobre la naturaleza -creencia natural de los antiguos habitantes de la tierra-, sino como un antagonista del dios de la fe judeocristiana. Pero, la misma Biblia usa el término para acusar el endiosamiento de personas y figuras inanimadas. No pretendo adentrarme en un análisis sobre las cualidades, virtudes y defectos de esta figura mítica, sino en utilizar este nombre controvertible teológicamente por otra de sus acepciones: la deificación de algo o alguien.
Habiendo concluido una acalorada contienda electoral, observamos cómo la discusión estuvo centrada en “la persona” más que en el contenido de sus propuestas. Notamos, también, la gran polarización de fuerzas políticas que inciden en la opinión pública, logrando conducir a los comunicadores -que se deben a unos principios éticos de la profesión- a presentar sus posiciones parcializadas sobre quienes aspiraban a ocupar cargos públicos. Por primera vez vimos con un poco de estupor cómo unos bandos utilizan el insulto, los innuendos, el bulling, y hasta las amenazas y la burla contra quienes pertenecen a un partido político diferente al de ellos. Esta conducta es una que ha transpirado y se observa en todos los movimientos y partidos -aunque en uno más que los otros-, confrontando a hermanos y hermanas de un mismo país en una alerta de “todos contra todos”.
Lo anterior podría ser, posiblemente, el síntoma de una sociedad que ha optado por enfocarse en el “Quién”, no en el “Por qué” ni “Para qué” se postula un aspirante a cargos de liderato. ¿Acaso no estaremos, como sociedad, entronizando a baales en nuestra escena política y social, mientras estos trivializan nuestros problemas profundos con distracciones, en lugar de hallar soluciones transversales y perdurables para las crisis que nos aquejan a todos?
Conociendo los resultados de las elecciones generales de Puerto Rico y Estados Unidos, y los acontecimientos internacionales, es pertinente no solo analizar con profundidad el tono, el mensaje y el contenido que compartieron públicamente los emisores, sino el efecto que estos tuvieron en los receptores: nosotros, el pueblo.
Pase lo que pase a partir de hoy, confiemos que el resultado de estas elecciones tenga un propósito aleccionador para Puerto Rico. Somos hermanos y hermanas. Nuestros viejos merecen una mejor calidad de vida en su jubilación. Debemos a nuestros niños una sociedad más justa y equitativa con oportunidades para todos. Dejemos de mirar el ombligo de los baales, las élites y los performers musicales. Ellos no ofrecen soluciones a nuestras insuficiencias, sino distracciones, y los acontecimientos locales y globales de los que somos parte y sus indudables consecuencias no son un pellizco de ñoco. Esas nubes vienen cargadas. Tendrán efecto en todos los aspectos de nuestra vida presente y futura.
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