Editorial Semana
Betances y la Masonería

Por: Miguel A. Pereira Rivera
Al componer sus crónicas en torno a las diferentes facetas de la vida del ilustre caborrojeño Dr. Ramón Emeterio Betances (1827-1898) varios investigadores han hecho referencia con mayor o menor grado de detalle a su participación en la Masonería. Autores como Luis Bonafoux, Ada Suárez y Félix Ojeda Reyes, destacan dicha afiliación en sus obras.
Existe evidencia bibliográfica de que, entre los cuestionamientos investigativos de académicos no masones que se acercan al estudio de la masonería puertorriqueña, se destacan los siguientes: ¿Cómo el ideario masónico influyó en la agenda revolucionaria de Betances? ¿Cómo utilizó la Masonería para adelantarla? Para corroborarlo, basta consultar los trabajos de José M. García Leduc, Jossianna Arroyo, Oscar Dávila, Mario Cancel y Paul Estrade. Por otra parte, los pocos acercamientos que se han hecho para tratar de documentar con mayor detalle la actividad masónica de Betances y de su familia, provienen de la historiografía masónica, destacándose en ese sentido José González Ginorio, Luis Otero González y Luis E. Santiago Ramos.
Dada la falta de documentación masónica y la continua peregrinación de Betances a través del Caribe, Estados Unidos y Europa, solo se puede hacer referencia a algunos episodios de su vida que evidencian que estuvo vinculado a la Orden por más de 30 años.
Una exhaustiva investigación del R.H. Luis Otero González descubrió que además de Ramón Emeterio, su padre, Don Felipe, su hermano carnal, Adolfo; su primo hermano Fermín; y su primo segundo Manuel también fueron masones.
Historiadores masones y no masones han identificado varios hitos de su trayectoria masónica. En 1866 fue miembro de la Respetable Logia Unión Germana de San German, dependiente de la Gran Logia de Santo Domingo. Fue miembro en 1867 de la Respetable Logia Yaguez, bajo la jurisdicción de la Gran Logia de Santo Domingo. En 1870, pronunció un discurso en la Gran Logia de Haití, donde expresó su famosa frase: “Las Antillas para los hijos de los Antillanos”.
Al trasladarse a residir en Francia comenzó a visitar la logia “El Templo de los Amigos del Honor Francés” de París, que lo declaró Miembro Honorario. Colaboró con el periódico masónico “La Chaine d’ Union” donde llegó a abordar la Masonería en Cuba y en América Latina, emitiendo un juicio crítico sobre lo que creía incorrecto, y celebrando las buenas iniciativas de las Grandes Logias Latinoamericanas. En sus interacciones con diferentes líderes políticos y revolucionarios de su época, siempre dio tratamiento de “hermanos a los que eran masones, y ayudó a varios de ellos que cayeron en desgracia.
Luego de su fallecimiento en Francia en 1898, sus restos permanecieron allí por más de dos décadas. Por mucho tiempo, el gobierno de Puerto Rico y grupos ciudadanos hicieron gestiones para trasladar sus restos a la Isla. En 1918, el Presidente del Senado, Antonio R. Barceló, y el Presidente de la Cámara de Representantes, Juan B. Huyke, ambos masones, designaron una comisión oficial que eventualmente coordinó exitosamente la referida misión. En el 1920 pudieron repatriarse sus restos. El 5 de agosto de ese año llegó el féretro a San Juan, en donde fue recibido por cerca de 20 mil personas, incluyendo autoridades gubernamentales, representantes de organizaciones cívicas y el liderato de la GLSPR. Sus restos fueron trasladados al Salón de Sesiones del Senado, ubicado entonces en el edificio de la Diputación Provincial. Allí se le rindieron varios homenajes póstumos, incluyendo una ceremonia masónica.
Al día siguiente, el cortejo fúnebre emprendió un recorrido de tres días para llegar hasta Cabo Rojo, en donde se efectuaría eventualmente el sepelio. Durante la noche del 6 de agosto del citado año, la Respetable Logia “Adelphia” #1 de Mayagüez efectuó un concurrido acto público en su memoria. Dos días después, en lo que constituyó otra multitudinaria expresión de duelo, sus restos fueron sepultados en su ciudad natal.