Catedrático de comunicaciones saca la cara por la comunidad dominicana
- Editorial Semana
- 6 mar
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Redacción Editorial Semana
El Dr. Víctor Manuel García Suárez, Catedrático de Periodismo y Comunicaciones, nos envía una colaboración donde analiza la ofensiva del gobierno de Estados Unidos contra millones de inmigrantes y su efecto en la comunidad dominicana en Puerto Rico. A continuación citamos el escrito:
“La puesta en práctica, por el nuevo gobierno de los Estados Unidos, de una feroz ofensiva contra millones de inmigrantes, nos ha conmocionado a muchos. Nuestro amado Puerto Rico, tradicionalmente hospitalario, no ha sido la excepción y aunque aquí convivimos, felizmente, comunidades de inmigrantes de múltiples países, han sido personas de la comunidad dominicana las más perseguidas por las autoridades federales en la Isla.
Llegué a Puerto Rico en el 2004 (sí porque también fui inmigrante, aunque más de 20 años después ya es mía, en cuerpo y alma, la frase “yo sería borinqueño, aunque naciera en la luna”) y durante un año trabajé en un inmenso proyecto de construcción en Fajardo, donde todos, absolutamente todos los obreros eran dominicanos, muchos de ellos sin sus estatus migratorios legalizados.
En aquel millonario proyecto en el que se construyeron condominios de lujo y donde yo realizaba el trabajo clerical (pago de nómina, compras diarias, etc.) y administraba una caja chica que movía unos 500 dólares diarios, lo único que vi hacer a las decenas de dominicanos(a) que allí laboraban, fue “partirse el lomo” trabajando (horas regulares, horas extras, a veces fines de semana), con una honradez y humildad dignas de reverenciar. Encima de mi escritorio, casi todo el tiempo había decenas y hasta cientos de dólares en efectivo, en muchas ocasiones me desplazaba dentro y fuera de la oficina, con ese dinero allí, delante de muchos(as) de ellos(as) y jamás faltó un centavo. En una ocasión un joven obrero me pidió prestado algún dinero porque no tenía para comprarle leche a su niño(a). Le dije que se lo prestaría del mío propio porque, por ética, no debía hacerlo del de la empresa. Le entregué el dinero y le dije que me lo devolviera cuando pudiera, que podía demorar hasta varias semanas o meses en hacerlo; sin embargo, el siguiente jueves en cuanto le entregué su modesto salario de la semana, inmediatamente me entregó lo que me debía y me dio un abrazo de agradecimiento. Esa es la imagen que tengo en mi memoria y en mi corazón, de esos dominicanos…
En los años siguientes he conocido a decenas de personas de ese hermano país, muchos de ellos profesores universitarios. También sé que aquí viven y trabajan profesionales dominicanos de alto nivel y desempeño; no obstante, la inmensa mayoría, sigue realizando las labores más difíciles: construcción, limpieza, agricultura, entre otras.
¡Qué decir de los cientos de abnegadas mujeres dominicanas!, casi todas madres, que “se fajan” en las cocinas de grandes y medianos restaurantes, fregando pesados calderos, limpiando pisos grasientos y haciéndolo, también, con humildad, decencia total y, además, agradecimiento por haber sido acogidas en esta bendita isla, sin discriminación.
En mi opinión Donald Trump no tiene remedio, pero me apenan quienes tienen, quizás hasta por temor a perder sus empleos, que realizar la cuestionable labor de perseguir, capturar, encerrar y deportar a miles (que pronto serán millones) de inmigrantes, entre ellos nuestros hermanos dominicanos.
No me importa qué es mejor entre mi mofongo y su mangú. Desde estas líneas abrazo, con todo mi afecto, a mis hermanos, a esos dominicanos”.
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