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Ciudades para todas las edades:La urgencia de una planificación urbana inclusiva

  • Foto del escritor: Editorial Semana
    Editorial Semana
  • 12 jun
  • 3 Min. de lectura

Por: Myrna L. Carrión Parrilla


La población mundial está envejeciendo a un ritmo acelerado. Según la Organización Mundial de la Salud, para 2050, el número de personas mayores de 60 años se duplicará, alcanzando los 2.100 millones. Esta tendencia no es ajena a los países latinoamericanos, donde el cambio demográfico plantea desafíos urgentes para los gobiernos, planificadores urbanos y comunidades en general. Ante esta realidad, es crucial repensar nuestras ciudades y servicios desde una perspectiva inclusiva que responda a las necesidades de una población cada vez más envejecida.


La planificación urbana tradicional ha privilegiado por décadas el dinamismo, la movilidad rápida, la productividad y la eficiencia, generalmente desde una visión centrada en la población económicamente activa. Sin embargo, esta lógica deja en la sombra a un sector creciente que requiere entornos accesibles, seguros, conectados y humanos. Las personas mayores enfrentan barreras cotidianas que podrían evitarse con decisiones de diseño urbano más conscientes: veredas irregulares, falta de bancos para descansar, transporte público no adaptado, zonas sin iluminación adecuada, o ausencia de centros comunitarios accesibles.


Una ciudad verdaderamente inclusiva no es aquella que simplemente acomoda a las personas mayores como un grupo más, sino la que incorpora sus perspectivas, capacidades y limitaciones en el corazón de la planificación. Esto significa pensar en la proximidad de los servicios básicos, en la facilidad de desplazamiento, en viviendas adaptadas, y en espacios públicos que promuevan la participación social, el ejercicio físico y la conexión intergeneracional.


El concepto de “ciudades amigables con las personas mayores” propuesto por la OMS ofrece una guía concreta para avanzar en esta dirección. Entre sus áreas clave se incluyen el transporte accesible, la vivienda adecuada, la participación social, el respeto e inclusión, la comunicación accesible y el apoyo comunitario. Implementar estos principios no solo mejora la calidad de vida de los mayores, sino que genera beneficios para toda la sociedad. Un entorno más accesible es útil para personas con discapacidad, madres con cochecitos, niños pequeños, y en general para cualquier persona en situación de vulnerabilidad temporal o permanente. Además, no se trata únicamente de infraestructura física, también implica repensar los servicios de salud, sociales y culturales. La atención médica debe ser cercana, preventiva, continua y orientada a las enfermedades crónicas y la salud mental.


Los programas comunitarios deben fomentar el envejecimiento activo y brindar espacios para que los mayores sigan aportando su experiencia y conocimientos a la sociedad.


Es importante recordar que una ciudad pensada para envejecer dignamente no solo es un acto de justicia para con las generaciones actuales de mayores, sino una inversión en el futuro de todos. En algún momento, todos aspiramos a envejecer con bienestar, independencia y dignidad. Si hoy diseñamos entornos excluyentes, mañana seremos nosotros quienes suframos sus consecuencias.


Por ello, la planificación urbana debe dejar de concebirse solo como una cuestión técnica o de infraestructura. Es, en realidad, un acto profundamente político y ético, que define quiénes tienen derecho a habitar y disfrutar la ciudad en igualdad de condiciones. Incluir de forma real y activa a las personas mayores en estos procesos, no solo como beneficiarios, sino como participantes, es un paso imprescindible para lograr ciudades más humanas, resilientes y sostenibles.


El envejecimiento poblacional no es una amenaza, sino una oportunidad para construir entornos más inclusivos, equitativos y solidarios. Planificar nuestras ciudades pensando en los mayores es, en última instancia, construir mejores ciudades para todas las edade

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