Por: Juan Ilich Hernández
Todo parece indicar que, mientras más se aceleran los procesos económicos- políticos más florecen sus escombros. Es decir, que, a mayor inflación y oferta, mayores son sus crisis financieras e incluso sus descomposiciones socioculturales.
Ante la ultrarrápida transición de una fuerza de trabajo psicoemocional, motora y social, actualmente está tomando vigor la irreversible automatización de la mano de obra física e intelectual por encima de todo lo que concierna a interaccionismo humano. Tanto es así, que problemas de carácter universal o mejor dicho existencialista como lo son el consumo y el amor no han sido la excepción para ser recreados maquinariamente en masa.
Si nos adentramos más meticulosamente a la cultura cibernética, hallamos que todo lo que aparente ser necesidad, apareamiento, tendencia mundial, moda, etc., esta logra minar desde su lógica simplificadora de los algoritmos, múltiples posibilidades sobre cómo solucionar tal situación que estemos confrontando. Lo característico de esta llamativa herramienta tildada de “panacea” es que por medio de un “tecleo” supuestamente se resuelve todo. Sin embargo, para que esto pueda hacerse valer, en esa exhaustiva búsqueda sobre lo que apetecemos, imaginamos e inclusive anhelaríamos es necesaria la filtración de sus políticas-amistosas, justamente como son los “likes o me gusta”, los emojis, entre otros.
Entretejiendo estos señalamientos con la rampante problemática supremacista que mandatoriamente impone la presión social y cultural de hallar a nuestra “media naranja” o pareja perfecta para llevar a cabo una relación amorosa, la cultura cibernética diseñó el adepto del ciberamor. Este es el nuevo método de expresión afectiva, cálida, próxima desde la distancia y reciproca desde un ordenador electrónico. Resulta ser este la alternativa mesiánica ante las distintas enfermedades mentales contemporáneas que están aconteciendo. Tales psicopatologías o cuadros clínicos bien se manifiestan en personas con complicaciones para relacionarse con otros individuos, personas con agorafobia o miedo a estar en espacios exteriores, personas introvertidas, entre otras.
Es en ese sentido, que la práctica del amor líquido como nos diría el sociólogo Zygmundt Bauman (2005) se convierte en la anestesia necesaria para aliviar cualquier malestar psicosocial que estemos confrontando, tanto a nivel consciente como inconsciente. Esto se debe a que la noción de lo que significamos e interpretamos como amor cibernético se licua o difunde en los diversos aparatos electrónicos que nos brindan algún estado de correspondencia psicoemocional. Quiérase decir, que al hablar sobre el amor en esta fase histórica que vivimos, necesita ser repensada desde otra lógica del sentido y lupa científica, dado que el ser humano de dicha era digital está totalmente condicionado e intervenido anímicamente por los aparatos técnico- científicos. El tan solo pensarse por fuera de estos dispositivos sociotécnicos hoy es prácticamente percibido o sentido como una castración funcionalista de nuestro sistema nervioso central.
Evidentemente, al vivir tan adentrados a una esfera multiforme, dinámica, metamórfica y sobre todo espontánea conocida como la web, se ha hecho viable dentro de su gran telaraña resignificar al amor desde múltiples ámbitos con el fin de llegar a lo que Platón problematiza en su texto “El Banquete” ¿Es el amor una propiedad? Y este planteamiento lo traigo a modo de reflexión, ya que si el amor esta ligado a una falta, una vez que lo adquiero vía el consumo e interrelación de X o Y particularidad, este llega a tornarse en un reflejo de uno mismo e incluso peor aún en la cosificación de ese otro/a. Así que, hablar del amor en esta fase post-humana es fundamental partir de lo tecnológico para comprender su condición social… (Continuará)
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