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  • Foto del escritorEditorial Semana

Del micro al macro espionaje en Puerto Rico II


Por: Juan Ilich Hernández


Si de algo podemos estar seguros, es que Puerto Rico aparte de ser un laboratorio de experimentación sociopolítica, también es un país altamente intervenido por doquier por la ingeniería técnico- científica militar norteamericana. Y este vivo ejemplo lo podemos concretizar en cada municipio que transitamos con sus diseños brutalistas a nivel arquitectónico, como las alcaldías, cuarteles de la policía, edificaciones para la guardia nacional, entre otros espacios que sirven como fuente de reproducción ideológica.


Tomando como punto de referencia la efervescente y caldeada década transicional de los 50’s a 60’s en Puerto Rico, hallamos que las técnicas de espionaje como es el uso de las carpetas comenzaron a sobresalir para no meramente para fichar, vetar y excluir al pensamiento de oposición independentista, sino también para infringir miedo. Cabe agregar, que la introducción de las “carpetas” en el país comenzó durante el régimen despótico de Roberto Hayes Gore en el 1933-34. Este hecho histórico según nos indica el empírico- histórico José Martínez (2001) en su texto “Cien años de carpeteo en Puerto Rico”, que en plena época de la gran crisis de los 30’s hubo un atentado en la casa del gobernador de campo en Cayey, Jájome, por parte del movimiento nacionalista. Eso sí, se dice que, desde que antes que se desarrollara dicho plan ya la policía estatal tenía como práctica institucional el de vigilar y castigar a las personas “subversivas”.


No fue hasta más tarde de la posguerra mundial, es decir, plena década de los 60’s en adelante que el cuerpo policíaco sutil y llanamente se filtrara por todo tipo de gesta que tuviese destellos de agitación social (piquetes, manifestaciones, mítines, etc.). De ahí el perfecto enlace entre las organizaciones federales como la CIA, FBI y la misma policía estatal para programar sus persecuciones específicas, justamente como le sucedió a mi querido padre Juan David Hernández León e incluso otros colegas suyos.


En su carpeta que aún llevo conmigo a salas de clase, se puntualizan varios factores de evaluación como criterio para observar meticulosa y rigurosamente cada uno de los movimientos que hacia la persona en su día. Tales efectos bien se ilustran con una foto de la persona a estudiar, identificación del cuarto donde duerme y vive, con quienes se reúne a tal hora, qué personas frecuentan el espacio que pululan, temáticas que se dialogan en el mitin o reunión, a qué organizaciones pertenece, entre otros datos de índole íntimo. Quiérase decir, que, en términos generales, las carpetas más allá de fungir como archivo histórico personal eran también una fuente de identificación categórica de “cuán peligroso” podrías ser para la sociedad. De este modo fue cómo se injertaron todos los múltiples casos secretos de personas que componían, tanto del mundo del independentismo y/o política a nivel ideológico como los que no, originados para ser mutilados de por vida.


Es en ese sentido, que este instrumento de medición psicopolítica, aunque muchos no lo visualicen de tal manera hoy, opera de otra forma muchísimo más delicada, amistosa y sofisticada que es precisamente bajo el nombre de redes sociales o aplicaciones de uso cotidiano (Facebook, LinkedIn, YouTube, Waze, Google, etc.). Lo distintivo de esta novedosa intervención psicosocial es que autónomamente nos sometemos a las rigurosas restricciones e incluso reglas que contienen estas aplicaciones para ser utilizadas.


Queda evidentemente claro, que aún declarándose inconstitucional la pseudo-orden ejecutiva establecida por Pedro Roselló en el 1999 acerca del inescrupuloso carpeteo, esta herramienta mantiene latente su fin persecutorio. (Continuará)


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