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Del orgullo a la empatía (Parte II)


Por: Myrna L. Carrión Parrilla


El significado de la palabra orgullo tiene dos dimensiones, una positiva, pues como indica el diccionario, es la que se refiere al “sentimiento de satisfacción hacia algo propio o cercano a uno y que se considera meritorio”. Y otra que puede causar daño, pues se refiere al “exceso de estimación hacia uno mismo y hacia los propios méritos por los cuales la persona se cree superior a los demás”.


El orgullo, desde la perspectiva de mirarse “desde el exceso de estimación”, a veces es una manifestación de lo contrario, es decir, de una baja autoestima que se esconde tras un sentimiento de sentirse altamente humillado u ofendido por cada cosa que no sucede como esperábamos o creemos que era lo que nos correspondía. El orgullo si no cuidamos nos ciega y nos llena de arrogancia, cualidades que no contribuyen a las relaciones sanas y productivas.


Por otro lado, el egoísmo se define como “la actitud de quien manifiesta un excesivo amor por sí mismo, y solo se ocupa de aquello que es para su propio interés y beneficio, sin atender ni reparar en las necesidades del resto.” La palabra, como tal, proviene del latín ego, que significa ‘yo’, y se compone con el sufijo-ismo, que indica la actitud de quien solo manifiesta interés por lo propio.


Es claro que muchos de los retos sociales que enfrentamos como lo son los asesinatos, feminicidios, muertes por odio, muertes por el narcotráfico, corrupción, crisis familiares, entre otras, están enmarcados en bases de orgullo y egoísmo. Aprender a ser empáticos, nos ayuda a que el orgullo en nosotros siempre sea positivo y que el egoísmo se aleje de nuestros sentimientos. Pero ¿qué características debemos desarrollar y practicar para ser una persona empática? Para ser una persona empática hay que reunir una serie de características, compartamos esta semana un repaso sobre sobre algunas de ellas:


Sensibilidad, sentir lo que otros sienten. La empatía nos hace sensibles y entender los sentimientos de los demás.


Les gusta escuchar. Escuchan de manera activa, no se limitan a oír lo que la gente dice. Se concentran en lo que la otra persona les está diciendo, analizan el porqué de que la persona se siente como se siente y dan respuestas acordes a ello.


No son extremistas. No creen que todo sea blanco o negro. Por ejemplo, cuando les surge un conflicto no se posicionan fácilmente, intentan buscar respuestas intermedias.


Son respetuosas y tolerantes. Los empáticos respetan las decisiones de los demás, aunque pensemos distinto.


Entienden la comunicación no verbal. Se fijan tanto en el lenguaje verbal como en el no verbal. Atienden a gestos, miradas, inflexiones y tonos de la voz, etc. Con lo que consiguen no solo entender el mensaje verbal, si no extraer el mensaje emocional que el lenguaje no verbal contiene.


Creen en la bondad de las personas. Cuando conocen a alguien, aunque esa persona tenga “mala fama”, presuponen que la persona es buena hasta que no les demuestre lo contrario. Creen que la gente es buena por naturaleza.


Pueden tener un estilo de comunicación pasivo. Para entender a los demás puede se esfuerzan por dejar de lado sus propios intereses y derechos.


Hablan con cuidado. Miden siempre sus palabras, para evitar decir cosas pueden hacer afectar o daño a la otra persona. Entienden que cada persona es diferente. Comprenden que cada persona tiene unas necesidades y que todos somos diferentes. Saben tratar a cada persona acorde a sus circunstancias.


La próxima semana, continuaremos reflexionado sobre esta cualidad que a todos nos hace mejores seres humanos.

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