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  • Foto del escritorEditorial Semana

El Big Brother digital contemporáneo


Por: Juan Ilich Hernández


Muchos de nosotros pensaremos que en estos tiempos ultrarrápidos que vivimos, elementos primordiales como la salud física y mental e incluso sociocultural, continúan siendo el eje central para cualquier sistema económico- político de un país. Sin embargo, este hecho claramente representa cómo el poder moderno tardío ha ido desplazándose y adaptándose hacia unos nuevos términos de control psicosociales. Tales efectos son evidenciados en las prácticas sociales que cada ser humano recurre cotidianamente en cuyo caso aquí sería la devoción utilitaria de cualquier gadget electrónico (smarthphones, televisores inteligentes, tabletas, GPS, consolas de videojuegos, carros con sensor biométrico, bitcoins, drones, etc.).


A partir de las drásticas transformaciones de las relaciones socioculturales vía el entorno digital, hallamos que el fenómeno Covid-19 reforzó por completo el sistema securitario- nacional el cual ya no requiere de una vigilancia selectiva, sino más bien estratégica. Es en ese sentido, que cobran latencia las sigilosas movidas que utiliza ese gran ordenador o Big Data a través de los diversos ofrecimientos y artefactos técnico- científicos que velan por la excesiva demanda de “libertad” individual en el ciberespacio.


Dentro de esta nueva fase de control psicológico, que, en lugar de reprender y dominar al colectivo, busca precisamente auto-explotar al sujeto mediante la figura multiforme del Big Brother o Big Data. Debo mencionar, que cuando hago alusión al Big Brother, claramente hago hincapié en la herramienta interventiva que presenta el escritor George Orwell en su novela icónica 1984. Este señala, que la nueva modalidad del poder moderno es precisamente poner en vigilancia todo tipo de movimiento colectivo de manera pasiva, pero a su vez activa bajo el cuerpo gubernamental. Dicho relato distópico cobra otro giro significativo hoy paradójicamente hablando.


Traigo esta literatura a modo de contraste y comparación con nuestra condición, tanto humana como social en general, ya que el neoliberalismo muy bien que ha ido reactualizando sus filtraciones sobre la mente. Quiere decir, que, en esta era contemporánea, lo único que se intenta hacer valer es simplemente computar, analizar, sistematizar y predecir el supuesto “libertinaje” que se nos posibilitaría en la web. De este modo, técnicamente, no tendríamos que trabajar para nuestras necesidades básicas, sino más bien, proseguir lo que nos impone la cultura cibernética como “trending” y “bienestar”. Así que, el efecto pantalla que se buscaba puntualizar durante la época de la guerra fría en la novela 1984, hoy adopta otro semblante mucho más ligero, accesible, amistoso e incluso “curativo” para muchos seres sociales que co-dependen de la opinión pública viral de las infecciosas redes sociales.


Frente a esta situación característica e ideológica de estos tiempos informáticos, es que la sociedad de control digital hace un intensivo sobresaturamiento de la libertad con el fin de someter autónomamente los propios desnudamientos de los individuos (Chul-Han, 2015). Ha sido gracias a esta sutil dinámica, que el Big Brother digital hace y deshace a su antojo cualquier búsqueda de lo que deseemos consumir. En efecto, consideramos que las piezas fundamentales de la vida humana como son la comunicación y la misma “libertad” al ciberespacio les compete intentar condicionarlos de manera autónoma, dado a la necesidad particular que ese ser tenga.


Por tal motivo, eso que se denomina “libertad” en el entorno espacial hay que tomarlo con pinzas, ya que la sobreinformación podría desencadenarse en una nada. Si no abrimos conciencia de que todo lo que se sube a la web es algo alterable, correremos el riesgo del robo de nuestros datos y la desinformación (caos) voluntariamente.


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