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El germen de la paz y la felicidad

Foto del escritor: Editorial SemanaEditorial Semana



Por: Lilliam Maldonado Cordero


La Navidad es época de alegría y celebración para muchos. Nos preparamos en una fiesta nacional, desde cada hogar, disfrutando en familia y comunidad con las personas que amamos.


A pesar de conocerse el origen de la Navidad, cuyo germen divino es el nacimiento de Jesús, que según los Evangelios es el hijo de Dios que se anonadó al dolor de nuestra humanidad para reescribir un pacto de convivencia humana de armonía y paz, muchos optan por enfocarse en el lechón, el coquito y las fiestas, en lugar de mirar reflexivamente al interior de esta época. Y no está mal que queramos celebrar. Pero, también es preciso separar un espacio para hacer una introspección de qué nos falta por hacer en este mundo en el que hay crisis de todo tipo, y donde reinan la injusticia y el dolor de miles de millones de personas por el egoísmo y la ambición de algunos querer poseer más al costo de desposeer a otros.


Muchas personas viven en la soledad, y algunas lo están, aunque estén acompañadas por otros. Tuve como experiencia este domingo, al salir de la celebración eucarística, cuando pude observar a un hombre relativamente joven sentado en una silla de ruedas solo, en el balcón de su humilde hogar. Lo miré y saludé, y su respuesta fue: “¡Gracias!” Este encuentro inesperado y casual me hizo pensar en la gran cantidad de personas de todas las edades que viven en la soledad, esperando un saludo, existiendo en la precariedad alimentaria, adolescentes de servicios esenciales, como cuidado de salud de calidad. Ese agradecimiento contenía, a mi juicio, todos los elementos que invitan a la reflexión sobre cómo viven muchos de nuestros hermanos y hermanas, desde su dolor y soledad. A muchos de ellos ni siquiera los podemos ver, pues están encadenados a la postración de la enfermedad y la discapacidad motora.


Sabemos que es muy difícil, como individuos, poder atender a las personas vulnerables. Corresponde a sus familiares y al gobierno asumir responsabilidad sobre ellos. Sin embargo, son loables las iniciativas de organizaciones sin fines de lucro y las iglesias, cuyos voluntarios extienden los brazos a la distancia para alimentar, cuidar, dar apoyo y alegría a tantos miles de personas que, de no ser por ellos, sufrirían más crudamente su vulnerabilidad.


No obstante, desde nuestra propia individualidad y los problemas que la enorme mayoría de nosotros tenemos que enfrentar a diario, debemos pensar en ellos, los solos, los enfermos, los pobres de espíritu… Fue para ellos y por ellos que nació ese Jesús que tanto celebramos, y por el que regalamos, festejamos y comemos con demasiada abundancia en la Navidad.


Existen organizaciones que apreciarán nuestra colaboración, y que pueden alcanzar y transformar la vida de muchos no solo en la Navidad, sino durante todo el año. Si no lo hemos hecho, iniciemos el ejercicio de identificar al menos alguna iglesia de nuestra conciencia religiosa, u organizaciones reconocidas que dedican de su tiempo a asistir a los menos privilegiados de nuestra sociedad, y démosles alguna aportación o pongámonos a su disposición.


En esta Navidad y siempre, que el eje de toda celebración sea una conciencia solidaria. Compartamos nuestro pan. Ese es el principio de la paz y la felicidad que tanto promulgamos en esta época, pero que necesitamos cada día.

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