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El imaginario social democrático (Parte I)




Por: Juan Illich Hernández


Al escuchar y definir el concepto imaginario social, muchos de nosotros podríamos pensar: ¿A qué se refiere? ¿Es un término para los letrados o la academia? Sin embargo, si nos adentramos a sus orígenes, este prácticamente ha acompañado al ser humano desde su evolución antropológica. Lo particular del imaginario social es que sus bases teóricas inician con el pensamiento filosófico de Aristóteles y sociológico de Emilio Durkheim con el que hacen ciertas alusiones abstractas de la sociedad e incluso cultura. No obstante, fue el mismo psicoanálisis proveniente post-Freud que trajo a la mesa investigativa los cimientos teórico- prácticos, bajo la lupa de Jacques Lacan y Cornelius Castoriadis.


Gracias a la retoma y revalorización de la imaginación como concepto, Cornelius Castoriadis (2002) y su grupo de intelectuales revolucionarios como Claude Lefort llamado “Socialismo o Barbarie” diseñaron en Francia en conjunto a otros miembros del Partido Comunista Internacional múltiples escritos de esta temática en la transición de los años 40’s y 50’s. Lo particular del imaginario social es que técnicamente este ha sido un producto histórico-cultural el cual desde los tiempos inimaginables fue adquiriendo presencia por su notorio protagonismo en eso que denominamos como “realidad”.


Al pensar acerca de la sociedad y sus estructuras, nos señala Castoriadis (2002) que esta se crea a sí misma, hecho que genera a su vez instituciones animadas por significaciones imaginarias sociales en particular. Considero, que un pertinente ejemplo sobre este tipo de índole es la cuestión de la identidad sociocultural y la misma ética- religiosa. Gracias a la construcción de estos últimos, siguiendo la línea de Castoriadis (1975), en su emblemático texto “La institución imaginaria de la sociedad” se recurre a la creatividad imaginaria como invención de supervivencia de la naturaleza humana. De esta manera logra combatirse y hacerse más tolerable la inaguantable impotencia de la finitud de la vida.


Insertándonos ya de lleno a la cultura puertorriqueña, cada vez se hace más frecuente y enigmática no solo la práctica de un imaginario social “supuestamente democrático”, sino que también este sea partícipe en años electorales. Evidentemente, lo imaginario se entrelaza, tanto con lo real como simbólico. Cabe agregar, que coexiste una “realidad institucional” que es la que hace y deshace a su antojo qué cosas debemos prestarle mayor atención versus a las que no requieren de alguna. Dicho fenómeno y hecho social es el encargado de depositar en la psicología social de los puertorriqueños que somos un país de “ley y orden”, plus democrático en su amplio sentido de la palabra.


No hace falta decir, que Puerto Rico sea colonia para que tales efectos de lo que es ser Estado Libre Asociado (ELA) ayudarían a impulsar en nuestro país algún cambio social e histórico. Dado a los diversos conflictos que hemos afrontado desde los giros entre posesión colonial y gubernamental, siempre se creyó que hacer democracia es tan solo una forma de gobierno para tomar decisiones. Pero, esos falsos imaginarios si no pueden aclararse, jamás empujarían a una luminosa transformación de mente/cuerpo poseído por la opinión común.


Es en ese sentido, que hablar de democracia en Puerto Rico como en general, merece tomarse en cuenta la libertad individual y libertad política. Estos dos ingredientes son más que indispensables para configurar el mecanismo o dispositivo del poder para el pueblo. Si en estos momentos históricos seguimos pensando que cada cuatro años estamos ejerciendo a plenitud nuestro “libre derecho” al voto y expresión, estamos básicamente cayendo en la trampa del arrastre perpetuo del pensamiento colonizado (Continuará)…

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