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El imaginario social democrático (Parte III)

Foto del escritor: Editorial SemanaEditorial Semana



Por: Juan Illich Hernández


Gran parte de los múltiples malestares sociales y culturales que vive el país a flor de piel en la actualidad han sido heredados por los arrastres históricos de la pesada carga del colonialismo. Sin embargo, más allá de la imborrable e imbatible huella histórica a nivel psicológico y sociológico, diría que el plano imaginario contiene mayor influencia. Y este efecto es debido a que dicho ámbito constantemente readapta las condiciones, tanto económico- políticas como subjetivas a su antojo para hacer de eso que definimos como “realidad” algo exclusivo.


Siguiendo por esa línea de pensamiento, observamos con mayor detenimiento cómo repetitiva y maquilladamente se juega con la percepción humana. Los mejores escenarios que presentan de manera atinada y pertinente las reiterativas maniobras políticas no son los costosísimos plebiscitos criollos como nos hacen creer, sino más bien es en la misma retórica discursiva. De ahí es que logramos entrever la verdadera intención de querer disciplinar y castigar a las masas vía el discurso. Este según el pensador francés Paul Michel Foucault (1995) carga con múltiples juegos estratégicos, prácticas sociales, plus formas de dominio los cuales sirven de eje central para llevar a cabo una reconstrucción de lo “real” y a su vez imaginario.


En cuanto al imaginario social puertorriqueño, resulta ser algo más que complejo el analizarlo desde un solo ángulo no por su crítica condición colonial y sociopolítica que lleva por 126 años, sino más bien por la extraña diversidad multicultural e ideológica que trae consigo nuestra trama sociohistórica. Tanto es así, que cuando hablamos de que, si existe libertad de expresión en este país, la masa pierde de perspectiva que en términos prácticos aquí no se toma en consideración que por encima de los derechos humanos y constitución que nos “protege” supuestamente, está al mando la Junta de Control Fiscal.


El tan solo pensar que vivimos en un Puerto Rico “democrático” y cambiante es una total ilusión fallida la cual tiene como objetivo mantener sometida y enajenada la psicología social. Evidentemente, para que este perfecto crimen pueda hacerse válido es meritorio el tener como filtro de absorción al mismo imaginario social, ya que este necesita de la muletilla del discurso ideológico en poder. Este entrelace que realiza lo “real” con lo imaginario es parte del proceso de reconfiguración para girar por completo los modos de dominación, por lo que partir de un nuevo régimen de la complacencia atina con las exigencias del momento.


Todo parece ser que, el aparato político puertorriqueño apuesta a una cultura de la pasividad, cosa que se traduce en una especie de meritocracia. Esta tiene como fin según el sociólogo Michael Young (1950) la de crear una sociedad tecnocrática regida por habilidades y destrezas que destaquen a las personas. De este modo se organizan categórica y sistemáticamente a las clases sociales, pero lo más irónico de todo este atractivo proyecto es el agudo recrudecimiento de las divisiones sociales. Quiérase decir, que la notoria ausencia de alternativas socioeconómicas viabiliza que nos abracemos a la rampante enfermedad clínica de la algofobia antes mencionada.


Es por ello, que las expectativas de longevidad, esperanza, cambio social, justicia y otro Puerto Rico sean manipuladas por lo que dictamina erróneamente ese turbulento imaginario social. Por tal razón, Chul-Han (2021) da en el clavo cuando expone que “la algofobia actual está basada en una sociedad de la positividad que trata librarse de toda forma de la negatividad” (p.12). Queda en nosotros el retomar las armas de la concienciación y revolucionar nuevamente el instrumento democrático… (Continuará)

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