Por: Juan Illich Hernández
Al encontrarse Puerto Rico en una especie de arena movediza aproximadamente por 126 años, se le ha impedido precisamente salirse de su condicionamiento, tanto colonial como histórico-cultural con sus partidos políticos en turno sean PPD o PNP. Estos han recreado una “razonable” ilusión fallida con sus promesas/discursos. Gracias a este agridulce, pero amargo estado de metabolización, no deja de ser un principio regulador de toda lucha política la reconstrucción de un imaginario social más irrealizable (Sued, 2001).
Por tal razón, consideramos que, cada vez que hacemos alusión a si Puerto Rico es un país moderno siguiendo la prédica de nuestros desastrosos gobernantes con sus facilidades infraestructurales (económico- políticas) como supraestructurales (instituciones pilares como la familia, escuela, seguridad, etc.) estamos cayendo en la perfecta trampa del efecto espiral. Dicho resultado ha sido producto de los diversos escombros heredados e irresueltos de los pasados siglos como es el proclamar que somos democráticos, en vías de desarrollo económico, entre otros. Quiérase decir, que, eso que denominamos como moderno o avanzado en términos prácticos, jamás pudo concretizarse.
Es en ese sentido, que cuando definimos modernidad versus modernización, hay que hacer la salvedad de que son dos conceptos totalmente distintos los cuales pudiesen tener puntos de encuentro, pero difieren en sus argumentos. Si tomamos en cuenta el proceso de modernidad en Puerto Rico, hallamos que este a nivel imaginario como “real” nunca se cuajó completamente. Esto evidentemente podría comprenderse y medirse apreciando los cuasi desarrollos técnico- científicos que en el país intentan realizarse, pero en el ínterin no logran aceptarse.
Entretanto, hablar de mejoras en las facilidades arquitectónicas, planificadoras, administrativas y estéticas corresponden más bien a lo que significa modernización. Así que, las categorías que prácticamente regulan los planos imaginarios provienen de las disociaciones lingüísticas, culturales, cotidianas y psicológicas vía lo que presenta ser el “progreso” desde la urna. Mediante este ejercicio que descansa en los componentes de la libertad y la razón del legado francés, bajo la Ilustración en el siglo XVIII se impulsa el intento de construir sociedades no solo modernas, sino también en vías de desarrollo. Sin embargo, al remontarnos psicológica como históricamente a esos momentos de alta actividad agrícola y escasa industrialización en básicamente toda Hispanoamérica durante los siglos XVIII, XIX e inicios del XX, el imaginario social que brindaba sensación de cambios democráticos era el proveniente de los gremios. Estos se componían en Puerto Rico de tabacaleros, azucareros, cafeteros e inclusive textiles como el de la aguja.
Así que, todo parece indicarnos, que los imaginarios sociales aparte de ser productos de la huella histórica, corren a su vez con una particularidad sobresaliente y es que pueden llegarse a modificar. Eso sí, estos dependen de las transformaciones económicas y políticas que trae consigo el programa de gobierno que vaya a instaurarse, por lo que esos arrastres que proceden de las múltiples crisis psicosociales son compuestos del discurso. Dentro de este marco es que se manipula a diestra y siniestra la percepción, emociones, toma de decisiones, la memoria, la atención, plus mismo aprendizaje. Para que se pueda recrear un idóneo medio de persuasión, entendemos que los medios de producción introdujeron al vocablo coloquial y espacio social la palabra crisis que proviene del griego “krinein” que significa separar. Esto pone en jaque los procesos de cambio sociales.
Debemos mencionar, que a pesar de que estemos viviendo en una cíclica montaña rusa de crisis por no querer nombrar o aceptar las debidas transiciones sociales pagamos el precio de un fracasado imaginario liberador cuasi- democrático (Continuará)…
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