Por: Juan Illich Hernández
Al vivir en un territorio neocolonial, primero por parte de los españoles y luego por los norteamericanos el asiento de las bases identitarias como a su vez socioculturales han hecho por completo complejizar en la psicología de los puertorriqueños una mezcolanza étnico-racial e intersubjetiva indescriptible. Tanto es así, que por más de 126 años el país ha resentido a flor de piel los descalabros del exterminio de lo autóctono con el saqueo de sus recursos más esenciales, que no solo son su flora y fauna, sino también su gente.
Mediante el recurrente juego político que se instaló primerísimamente por parte de los Estados Unidos a principios de siglo XX con la Ley Foraker o mejor conocida como la Ley Orgánica en el 1900 logra cuajarse el primer pase de la papa caliente hacia los puertorriqueños. A pesar de que no existiera un plenario libertinaje hacia nuestros derechos civiles bajo esta peculiar reforma, acontecieron en esa terrible transición del 1917 al 1920 varios conflictos geopolíticos que empujaron estratégicamente al gobierno norteamericano a extender su ciudadanía a todo residente de la Isla. Dicha enmienda es conocida como la Ley Jones.
El efecto que generó esta ley fue una irreversible, dado que esta, aunque ofrezca el detalle de los puertorriqueños ostentar un pasaporte envidiado por ciertos países a su vez trae consigo las limitaciones del comercio internacional. Quiérase decir, que este paso de la papa caliente suscitó nuevamente una impune política de ceda entre el desarrollo económico de los puertorriqueños con otros países internacionales la cual no solo restringió y modificó las normas del mercado naval para los “puertorriqueños”, sino también beneficia la condición de codependencia colonial con los Estados Unidos. Dicha reforma a la Ley Jones se le denominó las leyes de cabotaje.
Evidentemente, después de estos cambios muy peculiares en el modo de operacionalización, tanto económica como política en el país, nada volvió a ser igual en lo que compete a las relaciones internacionales. De hecho, si analizamos en términos prácticos cuánto devenga el gobierno federal en distribución por ultramar siguiendo los datos informativos que no proveyó Carlos Gallisá (2010) en su texto “Desde Lares”, son alrededor de $ 4.4 a 4.8 billones de dólares anualmente. Quiérase decir, que con estos señalamientos va enmarcándose la virulenta y devorada sociedad del consumo que nos caracteriza.
Por medio del intercambio de la papa caliente en lo que concierne a las leyes de cabotaje, se va revelando cómo el mercado subterráneo o ilegal en el país ha ido en estado de maximización. Tales puntos bien son ejemplificados en todo lo que atañe a la piratería y venta de lo clandestino, justamente como nos lo han ilustrado los sociólogos Cesar Rey & Luisa Hernández (2021). Es decir, desde tráfico con humanos hasta drogas. Es en ese sentido, que el juego de la demagogia o arte comunicativa lo que ha hecho más bien es recrudecer las condiciones psicoemocionales y socioculturales de los puertorriqueños con el fin de mantener el vaivén de la papa caliente el “supuesto” remedio para subsanar estos irreparables malestares.
Así que, si seguimos trazando el calco cronológico de cómo prácticamente nos han dibujado e impuesto toda una trama histórica oficial uniforme, comprobamos que los partidos políticos de turno jamás presentarán los múltiples impases de la papa caliente, dado a las fechorías cometidas hacia el país e historia. Uno de esos acontecimientos que por lo usual ni se divulga fue la misma masacre de Río Piedras, el 24 de octubre del 1935… (Continuará)
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