top of page
Buscar
  • Foto del escritorEditorial Semana

El maestro y los tres oportunistas


Por: Lilliam Maldonado Cordero


Por ahí corre una leyenda urbana sobre tres estudiantes de derecho que, dándole más importancia a la juerga y el relajo, fallaron en prepararse para su examen final. Pensando que podrían salirse con la suya, decidieron elaborar un plan para zafarse de la reprobación de la prueba. Los tres se embarraron en grasa de motor hasta las uñas y se untaron la cara con tizne, fingiendo que era residuo del escape de un carro con desperfectos.


El más labioso de los otros llegó al salón una vez concluido el examen acompañado de sus cómplices y le relató una historia fantástica al maestro como excusa. “Profesor, perdone que no hayamos llegado a tiempo a la prueba. No sabe las vicisitudes que hemos enfrentado. Resulta que fuimos a una boda para la que yo era el padrino y, de regreso, el auto se nos averió. Para colmo, nadie nos quiso ayudar porque llovía copiosamente. Por eso estamos tan sucios de aceite y mugre”, le dijo el muchacho.


El profesor se expresó muy solidario con los muchachos y les dio la oportunidad de presentarse unos días después a tomar la prueba. “Durante estos días van a poder prepararse después de ese mal rato”, les dijo. Cumplido el término otorgado luego de permitirles preparase, los tres llegaron confiados de que aprobarían su examen, incluso, que saldrían mejor que el resto de sus compañeros.


Con enorme prudencia y amabilidad, el profesor los ubicó en salones separados y les administró la prueba, asegurándose de retener sus celulares y otros aparatos inteligentes en su poder. El examen contenía solo 4 preguntas: ¿Quiénes se casaron? ¿A qué hora se accidentó el carro? ¿Dónde exactamente se descompuso? ¿Cuál es la marca del vehículo? Después de las preguntas, había una nota: “Si las respuestas son idénticas, recibirán la nota más alta. ¡Suerte!”.


Este relato ficcionalizado nos plantea varias moralejas. Primero, que no rinde frutos buenos tratar de engañar a una persona más vieja y experimentada que uno. Tampoco, a alguien más leído y mejor preparado, o más sufrido y con más “cancha jugada”.


Este cuento corto tiene reacciones diversas entre quienes lo escuchan. Algunos condenan la actuación del profesor, pues entienden que los tres estudiantes merecían una segunda oportunidad. Sin embargo, la mayoría encuentra la resolución de la fábula aleccionadora pues, aunque es cierto que todos merecemos segundas y hasta terceras oportunidades, estas deben estar fundamentadas en actuaciones éticas y moralmente correctas, no en aventajarse en perjuicio del trabajo de otros que tuvieron la misma oportunidad y acceso a algún logro o beneficio.


Otra de las lecciones del cuento es que todos tenemos el mismo tiempo para cumplir con nuestros deberes y responsabilidades, estando bajo las mismas circunstancias, como era el caso de estos tres estudiantes en comparación con sus otros compañeros. Todos ellos tuvieron la misma cantidad de días y horas, y seguramente, también enfrentaron retos, problemas y limitaciones similares para cumplir con lo que se esperaba de ellos.


Quienes actúan como los jóvenes de este cuento, que recurrieron a la mentira para beneficiarse, podrían no ser muy distintos a quienes tratan de apoderarse de bienes ajenos o menosprecian el tiempo y esfuerzo de los demás. Sin embargo, igual que sucedió con los jóvenes del relato, tarde o temprano les tocará sentarse a solas en un salón vacío esperando enfrentar una prueba que no esperaban.


3 visualizaciones

Entradas Recientes

Ver todo
bottom of page