
Por: Prof. Luis Dómenech Sepúlveda
“La justicia es como la serpiente, solamente muerde a los descalzos.” (Eduardo Galeano)
Ante el brutal e insensible arresto y deportación de inmigrantes caribeños y latinoamericanos de parte del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, no puedo menos que comenzar esta columna con una conmovedora expresión del fenecido presidente venezolano, Hugo Chávez Frías, y citamos: “Nuestra lucha hoy, la batalla histórica por la emancipación humana, es acabar con toda forma de esclavitud moderna, una oscura y sutil esclavitud que ya no se ejerce mediante el látigo, el hierro y los grilletes, sino a través de cadenas invisibles de los brutales y perversos mecanismos de la explotación humana: la alienación, la dominación, la enajenación, la opresión y mercantilización de las relaciones humanas”. ¡Palabras con luz!
Y lo más doloroso y frustrante de esta repudiable y censurable ofensiva contra inmigrantes caribeños y latinoamericanos es la gran cantidad de latinoamericanos que, engañados por el Sueño de América, votaron por Donald Trump, portaestandarte indiscutible de la xenofobia, homofobia, misoginia y supremacía compulsivo que controla el gobierno y el capitalismo depredador de Estados Unidos. Todo ello, a nombre de la supuesta democracia mundial.
Como se sabe, el historial de Donald Trump, tenebroso aspirante a “emperador mundial”, es harto conocido. Su guerra personal no ha sido contra los inmigrantes anglosajones, teutónicos o visigodos de piel blanca, cabellos rubios y ojos verde o azules, sino contra los oprimidos hispano-hablantes de nuestra América Latina. De ahí que haya declarado una emergencia nacional ordenando el despliegue de 1,500 militares a la frontera con México. A todas luces, todo parece indicar que sus asesores pasaron por alto la prohibición constitucional de la intervención de militares en asuntos civiles.
De modo que, los inmigrantes europeos, incluyendo la propia familia de Donald Trump, han sido históricamente bienvenidos a la metrópolis desde los peregrinos del Siglo XVII hasta nuestros tiempos. No conforme con todo ello, ahora Trump presume de emperador mundial al pretender adueñarse del Canal de Panamá y Groenlandia, cambiar el nombre del Golfo de México y convertir a Canadá en el estado 51. ¡Pobrecita Jennifer González, ahora tendrá que cambiar su retórica engañosa a “estado 52”!
Pero no nos engañemos. La deportación de inmigrantes caribeños y latinoamericanos no ha sido inventada por el siniestro Donald Trump. El presidente demócrata, Barak Obama, galardonado con el premio Nobel de la Paz en 2009, deportó poco más de tres millones de inmigrantes indocumentados durante sus dos términos presidenciales de 2009 al 2017, más que cualquier otro presidente en la historia de Estados Unidos. Se calcula en poco más de 65 millones los inmigrantes hispano-hablantes en EEUU de los cuales, poco más de once (11) millones son obreros indocumentados y explotados de la agricultura, la construcción y los servicios domésticos.
Conviene recordar, sin embargo, que EEUU, desde sus mismos orígenes, ha sido un país ocupado, construido y desarrollado por inmigrantes de los cinco continentes, pero frívolamente diseñado a imagen y semejanza de las oligarquías y anglosajones supremacistas.
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