Por: Lilliam Maldonado Cordero
Ese astro brillante alrededor del que giramos, el Sol, es una estrella enana de unos 4,500 millones de años. Nos quejamos de él en estas fechas por el fuerte calor, que se torna insoportable no solo en estas latitudes caribeñas, sino en casi todos los resquicios de nuestra nave, la única con la que contamos, llamada Tierra.
Pero, antes de “tirarle la mala” al Sol, debemos conocerlo un poco mejor y reconocerle todas sus virtudes. El Sol tiene una gran influencia en el clima, siendo responsable de proveer las temperaturas propias para nuestra supervivencia. Que nuestra especie esté llevando a cabo actividades que estén afectando las temperaturas del planeta no son su culpa.
El Sol es una fuente de energía esencial para nuestro planeta. Sin la energía solar, su luz y calor, no habría las condiciones necesarias para la vida. El Sol es responsable de calentar los mares, genera los asombrosos cambios en las estaciones a través del giro continuo del planeta a su alrededor, mantiene la atmósfera, y energiza las plantas que proveen oxígeno y nos sirven de alimento a los animales y seres humanos.
No es en balde que, a través de la historia, muchas culturas y mitologías atribuyeran al Sol cualidades divinas, llegando a venerarlo como una entidad poderosa. Civilizaciones como las mesopotámica, egipcia, azteca, incaica, china, japonesa, griega y la religión hinduista le adjudicaban el poder de la germinación, el calor y la luz, y lo representaban de esta manera. Incluso, en la Mesopotamia de la Edad de Bronce también le atribuían el poder de la justicia, pues era el señor de la luz y tenía la capacidad de ver todo lo que pasaba en la Tierra. Estas creencias animistas, religiosas y ritualistas daban a las entidades inanimadas cualidades propias de los seres vivos, como conciencia e intencionalidad.
A medida que la especie humana fue adquiriendo mayor inteligencia y conciencia, y a creer más allá de su propia existencia, comenzaron a surgir las religiones teístas y un dios moral. Otros ángulos apuntan a que, las pequeñas comunidades dejaron de tener conocimiento y control sobre los actos inmorales de sus miembros -pues era más fácil identificar las desviaciones en los grupos más reducidos de personas-, y en la medida en que las sociedades se convirtieron en comunidades más grandes, los actos inmorales eran más difícil para percibir, dando paso a la creencia en una entidad que puede verlo todo y con la capacidad de juzgar nuestros actos.
A pesar de que la especie humana ha evolucionado intelectual y moralmente y le ha quitado al Sol sus atributos divinos, sabemos que es la estrella de la vida. Si bien es cierto que aquí, en la Isla del Encanto, le reprochamos los calores, sofocones y sequías, es gracias al Sol que se nutren las plantas, se mantienen las temperaturas necesarias en nuestro planeta y sostiene un balance perfecto del entorno. Asimismo, la energía solar es una de las fuentes renovables más limpias y sostenibles, es más económica que el uso de combustibles y no generan ruidos o contaminación auditiva. Antes de echarle la culpa al Sol por las altas temperaturas, concienciémonos sobre nuestra responsabilidad social y moral de dejar un mejor planeta a nuestros hijos utilizando su energía limpia, y agradezcámosle la caricia tibia y la luz que nos regala todos los días.
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