Por: Myrna L. Carrión Parrilla
Vivimos en tiempos en los que son tantas las cosas que pasan y muchas de ellas, cosas que nunca antes habíamos escuchado o vivido, habrá quien plantee que vivimos el fin de los tiempos, pues muchos seguramente recordamos a aquellos tiempos en que algunos grupos pronunciaban que en el fin de lo tiempos pasarían cosas horribles y hasta increíbles, basados en los que años atrás vivíamos. Hoy día cada vez más vemos y escuchamos sobre acontecimientos que responden a eso que se nos avisaba. Hijos agolpeando padres, hermanos y/o familiares matándose, horribles crímenes pasionales, muertes inesperadas de formas dramáticas y que nunca pudimos imaginar, asesinatos a pena luz del día y en medio de todos, entre otros.
Si esto lo manejamos únicamente desde nuestra humanidad, la que nos hace en ocasiones, nos hace creer que lo podemos controlar todo, sin duda nos afectaremos. Debemos recordar que somos cuerpo, mente y espíritu. Cuando así lo entendemos nos manejamos mejor. Estas realidades que enfrentamos, para muchos se convierten en la causa de estados emocionales débiles y/o enfermedades físicas y emocionales. Ahí es que debemos reconocer el valor que añade el cultivar nuestra mente y nuestro espíritu, no de forma casual, sino con la misma importancia que le damos a educarnos intelectualmente, en palabras sencillas a estudiar.
Me atrevo a decir que entre las herramientas que debemos adquirir en estos tiempos para en los peores momentos tengamos de dónde sostenernos para mantenernos en pie, está la esperanza. Si buscamos su definición encontramos que dice que “la esperanza es un estado de ánimo optimista en el que aquello que deseamos o aspiramos nos parece posible. En este sentido, la esperanza supone tener expectativas positivas relacionadas con aquello que es favorable y que se corresponde con nuestros deseos. La esperanza es lo contrario a la desesperanza, y, como tal, muchas veces sirve como herramienta para no caer en el desaliento, para no perder la serenidad ni perder de vista aquello que se anhela alcanzar. De allí que la esperanza alimente positivamente nuestras aspiraciones.” Ya sea a partir de una base lógica o en base a la fe, quien tiene esperanza considera que puede conseguir algo o alcanzar un determinado logro.
Alguna vez leí que en España existe una organización de base comunitaria que creó un proyecto llamado “El teléfono de la esperanza”, esta organización identificó la necesidad de muchas personas de tener con quien hablar o a quien compartirle sus sentimientos, su situación o simplemente tener con quien hablar, especialmente cuando enfrentamos momentos difíciles o inesperados. Su misión es apoyar a aquellas personas que necesitan desahogarse, recobrar el rumbo de sus vidas, y que no cuentan con las amistades adecuadas o bien prefieren hablar de sus problemas con alguien ajeno a sus círculos. El servicio que brinda el Teléfono de la Esperanza es gratuito y de calidad. Por otro lado, son conscientes de lo importante que resulta prevenir los problemas emocionales, para promover en los ciudadanos una relación positiva consigo mismos y con su entorno.
Si cada uno de nosotros trabajamos y hacemos crecer nuestra esperanza, nuestro celular y nosotros mismos, podemos convertirnos en el “teléfono de la esperanza” entre los que nos rodean y cada palabra y acción contribuirá, a enfrentar estos tiempos que vivimos que nos parecen cada vez más fuertes y desesperantes. La esperanza no nos sienta a esperar, nos mueve a actuar con la confianza de que de que lo superaremos y mañana será mejor. ¡Hagamos crecer nuestra esperanza!
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