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  • Foto del escritorEditorial Semana

El testimonio


Por: Lilliam Maldonado Cordero


La palabra testimonio tiene más de una acepción, dependiendo de si es de naturaleza jurídica, pública, religiosa o de principios. Una de ellas, provista por la Real Academia Española es: “prueba, justificación y comprobación de la certeza o verdad de algo”. También se admiten otras definiciones, como la declaración pública de conocimiento que emite una persona respecto de una realidad que ha presenciado y resulta de interés para la resolución de un litigio que afecta a terceros. Asimismo, podría ser una copia fehaciente de un documento o expediente expedida por un funcionario legalmente encargado de dar fe pública a esos fines.


Estas definiciones requieren, aparte del acto de “dar fe” sobre algún hecho o documento, que se acredite esa facultad mediando una expresión, por parte de una persona, de que con rectitud y fidelidad, de forma fehaciente y confiable, jura una cosa con solemnidad. La persona afirma o niega algo, generalmente poniendo a Dios como su testigo.


Existe otra acepción para la palabra testimonio: la manifestación o forma de vida auténtica de una persona, que es evidente en todo lugar y momento. Así como el testimonio jurídico o público es la comprobación de la certeza veraz de algo, el testimonio de vida es, concretamente, la demostración visible de la persona sobre aquello en lo que cree.


El testimonio de vida trasciende cualquier declaración oral o juramentación. ¿Quién no conoce a alguien acostumbrado a mentir sobre hechos y documentos, sin importarle las consecuencias? Esto es porque, en muchas ocasiones, ese ejercicio no aparenta acarrear consecuencias. Lo hace como una burla al sistema y, lo que es peor, a las personas cercanas y a sí.


Es por lo anterior que el testimonio de vida es mucho más preciado pues difícilmente se puede esconder. Es lo que llamaban nuestras abuelas “vivir por el ejemplo”. Las convicciones, la decencia, la solidaridad, la sinceridad, la honestidad y la empatía son virtudes que algunas personas podrían fingir ocasionalmente. Una persona que es intrínsecamente falaz podría fingir ser honesta en una que otra ocasión, pero si en su fuero interior no existen íntegramente las virtudes de la honestidad y la decencia.


Las religiones, incluyendo la cristiana, promueven el testimonio como la demostración de que la divinidad (Dios), es real y se manifiesta a través de la fe de las personas. Es en este contexto cuando debemos referirnos a la parábola del trigo y la cizaña, arbustos muy parecidos entre sí. En esta historia bíblica, la lección se deriva cuando se nos invita a dejar crecer ambas hasta poder reconocer con claridad cuál es la semilla buena, el trigo, para nutrirla, y cuál es la que debemos arrancar. Por esto es tan relevante que los líderes religiosos ejerzan la introspección y tengan la voluntad de no dejarse seducir por el poder ni las influencias de la banalidad. El testimonio religioso, también, debe ser puro y desinteresado.


Son muchas las interpretaciones para esta palabra, pero todas se encuentran en un mismo contexto: el relato es uno no ficcional y se narra en primera persona, desde el “yo”. Independientemente del contexto, sea jurídico, documental o de proyección de vida religiosa o secular, el testimonio de vida nos ayuda a pasar juicio sobre la solvencia profesional y moral de las personas, más allá de lo aparente. El testimonio es el carácter al desnudo, desde una visión ética.

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