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“En la solemnidad de la pérdida”

  • Foto del escritor: Editorial Semana
    Editorial Semana
  • 1 may
  • 2 Min. de lectura



Por: Nitza Morán Trinidad


Cuando en la vida terrenal ocurre una pérdida física, siempre se hace notar la ausencia de esa presencia, dejando un vacío que parece eterno. Recientemente, Jorge Mario Bergoglio (nombre de pila del papa Francisco), quien falleció el 21 de este mes, dejó un gran legado. Nacido en Argentina, y tras años de sacerdocio, hizo historia al convertirse en el primer papa latinoamericano y el 266.º pontífice de la Iglesia Católica.


Su gran trayectoria marcó la historia del Vaticano, haciendo honor al nombre inspirado en San Francisco de Asís, quien se destacó por su extrema caridad hacia los pobres y los enfermos. San Francisco fue un gran predicador, humilde y portavoz de paz. Aunque la historia lo describe como un fraile de misticismo cristiano, su profunda espiritualidad y desprendimiento personal lo llevaron a renunciar a los lujos para abrazar la pobreza y entregarse plenamente al servicio de Dios.


Notable fue la similitud de Bergoglio con San Francisco, pues trajo tranquilidad al Vaticano en momentos en que el mundo y la sociedad atravesaban cambios dramáticos sobre los principios y valores, que cada vez parecen desaparecer más en el núcleo familiar. En su pontificado, se rompieron tabúes y surgieron conflictos bélicos, pero el papa, con su visión acertada e inmenso amor, logró reconciliar grandes brechas sociales, convirtiéndose en un hombre sagrado de gran nobleza y sencillez, con decisiones de vanguardia que muchos feligreses observaron con cautela.


Reconocido como la voz de los vulnerables y humildes, su legado deja a la Iglesia Católica con la enorme misión de llenar el espacio tras el fallecimiento de un hombre de amor. Cuando el humilde argentino llegó al trono, rechazó la cruz de oro por una de hierro, eligió vivir en la Casa Santa Marta en lugar del Palacio Apostólico, y promovió diálogos interreligiosos para fomentar la convivencia entre distintas religiones. Dedicado a viajar a zonas de conflicto y tensión gubernamental, demostró siempre su compromiso con el bienestar social en todos los niveles.


Fue también el primer pontífice en mostrar apertura hacia las personas divorciadas y las comunidades LGBT+, a pesar de reconocer las fuertes críticas internas. El papa Francisco estremeció y transformó la misión de la Iglesia, llevándola hacia una de amor perseverante y diálogo, basada en el respeto y la justicia. Demostró que, si se siembra en el alma humana con buenas intenciones y se desea un cambio real, no pueden existir exclusiones ni acusaciones.


Su partida marca el inicio de nuevas responsabilidades respecto a los dogmas flexibles que lo caracterizaron. Su sucesor enfrentará el arduo trabajo de decidir entre mantener la apertura que Francisco promovió o regresar a tiempos de criterios más rígidos y altos protocolos, alejados del pueblo. Francisco siempre estuvo accesible, cercano a los más vulnerables.


Hoy, en la Iglesia Católica se siente la solemnidad y el luto por su partida. Que su memoria nos inspire a amar al prójimo sin prejuicios y a construir una sociedad con mayor estabilidad emocional, día a día, a través de la misericordia, la paciencia y el perdón.


La autora es senadora por San Juan, Aguas Buenas y Guaynabo

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