Editorial Semana
¿En qué punto estamos?

Por: Juan Ilich Hernández
Siguiendo la línea de pensamiento de los pasados temas que he estado compartiendo, puede irse reflejando y analizando que ha habido una serie de inquietudes, tanto a nivel personal como en general con la finalidad de traer sobre la mesa una extendida invitación de pensar por nosotros mismos: ¿Hacia dónde nos dirigimos como proyecto humano?
Una vez delimitemos nuestra respuesta, ya puede afirmarse lo ensordecedor, turbulento y hasta problemático que nos resulta el contestar tal tipo de premisa. Esto es debido a que el mismo entrelazamiento de lo que es la mente, cuerpo y espíritu en la actualidad ha ido fracturándose, precisamente por las nuevas prácticas culturales que nos ha impuesto el paradigma (modelo) ético- político y sanitario. Queda claro, que desde mucho antes que se avecinara el estado de emergencia que a nivel macrosocial vivimos bajo pandemia se estaba cuajando ya la puesta en jaque de una alarmante emergencia sociocultural de los proyectos biomédicos y a su vez psicológicos que nos presentaban los Departamento de Salud u otras muestras estadísticas. Sin embargo, como bien sabemos, tanto a los grandes intereses financieros como al Estado no les compete el ilustrar tales escenarios, ya que se recurrió como herramienta alternativa al fenómeno concreto de la pandemia para establecer el nuevo orden económico- político e ideológico en el mundo.
A raíz de este planteamiento, observamos cómo en nombre de este nuevo ordenamiento social se han sentado las bases del control no solo ahora físico vía las políticas de sanitización y prevención, sino también psicológicas. Quiérase decir, que el supuesto y venidero regreso a la normalidad fue tan solo una maniobra política por parte de los medios de comunicación de masas plus mismo cuerpo jurídico- político para desviar la atención. La mejor representación de cuáles han sido las repercusiones psicosociales que arrastra consigo esta “supuesta normalidad” son los siguientes: mayores cuadros de personas con depresión o algún diagnostico OCD (desorden obsesivo compulsivo), hipocondriasis (autodiagnóstico), individualismo, difusión del habla, iatrogrenia cultural, trabajo automatizado, destrucción del mediano y pequeño comerciante local, abuso de psicofármacos, el desarrollo de una guerra multidimensional que ya no reside meramente en lo espacial/regional o tecnológico, sino también financiero, entre otras.
Es en ese sentido, que, ante este irreparable dislocamiento sociopolítico global, el ser humano ha intentado lograr calar hondamente sobre las capas más finas de la mente humana con miras de buscar alguna coraza o esperanza para sobrellevar el rampante estado de emergencia que vive. Así que, en términos generales, lo que se está afrontando hoy día es técnicamente una guerra civil contra el sistema o cuerpo gubernamental la cual terminará de auto- aniquilarnos silentemente.
Lo más curioso de esta lisa y llana problemática social que hemos asimilado sin cuestionar ningún reparo, es que si significamos a la epidemia desde cualquier ámbito científico como social, hallamos que este proviene del concepto político “demos” el cual se define como pueblo. Por tal motivo, el hablar de pandemias es hablar de la política en su estado más puro de todos.
Frente a esta frágil y violentísima condición humana que nos toca vivir, es que se ha vuelto más que compulsorio encontrar una profunda integración entre la salud y lo tecnológico y a su vez con lo socioeconómico para definir-descriptivamente el incierto futuro que nos espera. No cabe duda, que la globalización de la conectividad ha propiciado otras puertas para la transmisión de virus y patógenos. Pero queda en nosotros el tomar las armas de la organización y concienciación para retransformar nuestro país.