Editorial Semana
Gratitud y amor

Por: Lilliam Maldonado Cordero
Expresar gratitud y valorar a quien nos ha prestado ayuda, apoyo o solidaridad en momentos de dificultad, es muestra de carácter y generosidad. Muchas veces, personas en nuestro entorno profesional o personal nos han expresado su respaldo mucho más allá del acompañamiento. Han estado ahí en momentos de pérdida y angustia, y su sostén ha sido la diferencia para levantarnos y salir adelante. Sin embargo, más allá de dar gracias por estos gestos de desprendimiento, debemos reciprocar esas muestras de amor recibidas haciendo lo mismo con otros que atraviesan dificultades.
Nadie tiene la obligación de hacer un favor o ayudar a otro. Hacerlo responde a principios morales relacionados con el carácter y temperamento de quien, de manera voluntaria, es desprendido con otros. Nuestro país es uno caracterizado por la solidaridad. Sabemos que muchas personas cuidan a vecinos viejos y abandonados, o a familiares sobre quienes no tienen deber alguno. De la misma manera, muchos cuidan a sus nietas y nietos para ayudar a sus hijos mientras estudian y trabajan, y muchas hijas y nietos cuidan de sus padres y abuelos vulnerables.
Estos gestos de amor no solo aplican a los cuidadores, tengan o no el deber legal de cuidar a otros. También, es preciso reconocer a quienes deciden servir a nuestras comunidades, ya sea como presidentes y líderes de asociaciones u organismos privados que vigilan la utilización pulcra de los recursos comunitarios. Siempre que lo hagan desde la generosidad, con honestidad y sin interés personal ni económico, tenemos una deuda con ellos. Quienes realizan estas tareas voluntarias merecen el respeto de sus vecinos y amigos, pues nadie está obligado a dedicar horas y días para proteger intereses privados de otros.
Todavía más, están los voluntarios que ofrecen servicios a las personas sin hogar y enfermos que no cuentan con las herramientas emocionales, económicas ni familiares para superar la drogodependencia, enfermedades mentales y otros desafíos que muchos, desde el privilegio, no han padecido.
En Puerto Rico hay un número enorme de organizaciones del Tercer Sector comprometidas con apoyar enfermos, vulnerables y abandonados. Su prioridad es dar servicio a estas poblaciones olvidadas por sus familiares, incluso por el gobierno, al estar invisibilizados por el sistema. Estas instituciones, motivadas por principios ideológicos o de conciencia, merecen nuestro respeto y admiración, pues satisfacen un espacio donde el mismo gobierno ha fracasado.
Uno de los mayores privilegios es servir sin esperar beneficio o reconocimiento alguno. Muchos ejercemos nuestra conciencia según nuestro credo, y agradecemos a Dios por sus bendiciones de diversas maneras. De la misma manera, hay personas de carne y hueso que mientras trabajamos o atendemos asuntos personales, ellos invierten su amor, tiempo y entusiasmo sirviendo a los pobres de la tierra. Estas personas no tienen obligación alguna de cumplir con dicho apostolado, pero lo hacen desde el amor.
Pensemos que cada persona sin hogar y cada viejo fue un bebé tierno y hermoso merecedor de ser protegido y amado. Cada día de nuestras vidas, agradezcamos y oremos por quienes, voluntariamente y desde el amor, cuidan y protegen a quienes no tienen la capacidad ni los recursos para hacerlo por sí mismos. La sociedad tiene una deuda invaluable con ellos. Asimismo, hagamos un compromiso, aunque sea de un día al año, para sumarnos a su faena, reciprocando con amor aquellos favores y expresiones de solidaridad que hemos recibido en algún momento.