Por: Prof. Luis Dómenech Sepúlveda
El fenómeno de la emigración se remonta a los orígenes mismos de la raza humana. A partir de entonces, se fueron forjando las grandes metrópolis del planeta (Grecia, Persia, Egipto, Roma, Inglaterra, Francia, Alemania, Holanda, España, Estados Unidos, Canadá, México, Brasil, Argentina) gracias, en gran medida, al esfuerzo de las grandes oleadas de emigrantes que fueron asentándose en tierras ajenas en busca de mejores condiciones de vida. De acuerdo con los datos de la Organización de Naciones Unidas (ONU), tan reciente como en el año 2020 había 281 millones de emigrantes dispersos por las metrópolis del planeta. Esa cifra, según la ONU, apenas representa al 3.6% de la población mundial lo que significa que el 96.4% de los 8 billones de habitantes de nuestro mundo han optado por permanecer en sus respectivos países de origen.
Conscientes de esa realidad histórica, y en aras de colocarse a la altura de los tiempos donde predomina la desigualdad socioeconómica entre las metrópolis y los países subdesarrollados, el Comité Olímpico Internacional (COI) y otros organismos deportivos, resolvieron declarar elegibles a los hijos y nietos de los emigrantes para que éstos puedan representar deportivamente a los países de origen de sus respectivos ancestros. Cabe destacar, además, que los países tienen la prerrogativa de nacionalizar un atleta por deporte para fortalecer sus niveles competitivos. De ahí la presencia de jugadores asiáticos, afrodescendientes y latinoamericanos en los Equipos Nacionales de España, Gran Bretaña, Alemania, Holanda, Francia, Suecia, Italia, Polonia, Brasil y del propio Estados Unidos.
En el caso de Puerto Rico, muchos critican el hecho de que nuestros Equipos Nacionales, particularmente atletismo, baloncesto y sóftbol (masculino y femenino) apenas puedan hablar español por tratarse de hijos y nietos de puertorriqueños nacidos y criados en Estados Unidos. Y, por supuesto, a todos nos encantaría que el grueso de nuestros atletas se formen en Puerto Rico. Pero, los tiempos han cambiado.
Recordemos que el fenómeno de la emigración de puertorriqueños hacia EEUU comenzó, incluso, antes del siglo 20. Ello, provocado esencialmente por las condiciones socioeconómicas del país y, en los tiempos modernos, por el deterioro gubernamental de los pasados 30 años. Como se sabe, más de medio millón de boricuas han abandonado el país durante las pasadas décadas lo que explica el colapso de nuestro sistema de educación pública, el deterioro de la educación física escolar y la desaparición de los programas gubernamentales de formación y desarrollo de atletas de alto rendimiento. Solo las familias adineradas pueden subvencionar los onerosos costos de formación deportiva de sus hijos y nietos enviándolos a los clubes privados donde los costos de matrícula resultan prohibitivos para la abrumadora mayoría de nuestros hogares.
Entendamos, por tanto, que el proceso de formación de un atleta olímpico puede tomar hasta diez años de preparación rigurosa bajo la supervisión de entrenadores altamente capacitados. Es decir, detrás de todo medallista olímpico existe un andamiaje de entrenadores de alto relieve y de enormes costos que muy pocas familias pueden sufragar.
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