Historia general en(re)construcción (Parte I)
- Editorial Semana
- 27 feb
- 3 Min. de lectura

Por: Juan Illich Hernández
Parece ser que, al sol de hoy, ni el sistema escolar, ni muchísimo menos la academia en el país ha retomado nuevamente el cuestionamiento sobre: ¿Cuál es el verdadero quehacer de la historia? Al plantearse hacia dónde se sumergen los estudios histórico- culturales, logra ponerse en tela de juicio sobre sí el quehacer de la misma disciplina está atemperado a las necesidades materiales (económicas) e inmateriales (subjetivas) del momento. Quiérase decir, que aún en pleno siglo XXI el campo de las ciencias sociales, justamente como es la historia seguirá siendo uno politizado e ideologizado por quienes la reproducen.
Siguiendo esta línea de pensamiento, es mandatorio tomar como punta de lanza qué es lo que seguimos facilitando, tanto en el entorno educativo como público en general ya que quienes diseñan y narran la historia tradicionalista son los triunfadores. Precisamente, es bajo este enfoque deductivo el cual parte de una lógica formal, la forma de cómo llevar a cabo el desenlace de los eventos. Su movimiento telúrico prosigue la correlación de los hechos y fenómenos sociales partiendo de un análisis que va desde lo particular hacia lo general. Esto da como exposición el tener que evitar que existan conflictos y turbulencias en su sistemática, plus orden de sucesos que siempre parecen ser sucesivas porque rompen en la misma costa o dirección. Es en ese sentido, que el bagaje teleológico o estudio de los fines heredado por el yugo europeo vela por el que se privilegie más lo ordenado y sobredeterminado que lo que se nos escapa de esa generalización.
Gran parte de esa narrativa de corte lineal y escueta a la que está apoyada los grandes relatos de esa aparente “historia oficial” descansa bajo el marco teórico- práctico del positivismo de Augusto Comte. Este enfoque traído por la tradición filosófica de los franceses hizo crear las meritorias condiciones de estructurar a diestra y siniestra todo aquello que fuera medible, cuantificable, observable desde el dato. Así que, la lógica matemática de lo reductible y predecible vía el método cuantitativo, justamente como hacen las estadísticas simplificaría la ayuda de maximizar las ganancias del conocimiento.
Frente a esta innovadora, pero a su vez entorpecedora manera de cómo producir conocimiento inmóvilmente, es que el supuesto progreso social y cultural ha traído consigo un caduco método de investigación de educación el cual ni invita a ampliar, ni muchísimo menos diversificar sus procesos de aprendizaje. Tristemente esta técnica de investigación social aún prosigue contraatacando los múltiples métodos alternativos para analizar e interpretar otras rutas de escape acerca de la “realidad” y sus construcciones sociales. Y este es el peculiar caso de lo que son los métodos cualitativos puesto que gracias a los presentes instrumentos la historia no solo actual, sino en general está reconstrucción.
Ha sido gracias a los conflictos sociales, es decir, a los movimientos sociales, grupos científicos y constantes anomalías que el ámbito, tanto técnico como científico existen fracturas en lo que concierne a toma de decisiones. Es por ello que hacer valer una revitalización y transformación de lo histórico- cultural hay que tomar en cuenta no solo las viejas fórmulas que en los tiempos de antaño resultaron ser las adecuadas para lidiar con la “realidad social”, sino más bien de ajustarlas a las necesidades del momento. Podrá sonar repetitivo o hasta obsoleto esta proposición. Pero, nos dice el filósofo árabe Ibn Kaldun (1903) que el hilo de la historia está situado en el grado de civilización e integración que tengan los seres sociales con su entorno… (Continuará)
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Columna del Taller de Investigaciones Históricas Juan D. Hernández
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