Por: Juan Illich Hernández
Comencemos hablando, lo que fue en el álgido y virulento siglo pasado uno de los múltiples desfases históricos, los terribles años 30’s. En esta época en particular, aparte de estarse desarrollando en Puerto Rico una abominable política de persecución, exterminio y censura contra el máximo cuerpo ideológico, que era el Partido Nacionalista, se estaba desatando en el país, lo imparable. Tales efectos, se traducen en la unificación del tercer Reich de Hitler, la segunda guerra mundial, la gran recesión económica de Estados Unidos y Europa, la destrucción de Polonia, recrudece la situación socioeconómica, el huracán San Ciprian en el 32, acontece la masacre de Ponce en el 37, entre otras múltiples problemáticas de carácter internacionalista que adviene de una nueva fase del capitalismo industrial.
Cada uno de estos sucesos, aunque parezcan no afectar directamente el sentimiento de identidad nacional puertorriqueña en la actualidad, precisamente influyen, tanto de forma consciente como inconscientemente en la noción de definir eso que denominamos identidad social y cultural. Tanto es así, que cuando surgió el fenómeno fallido del ELA (Estado Libre Asociado) en la década de los 50’s ese imaginario social como realidad puertorriqueña comenzó a dar giros significativos en lo que corresponde a valores, identidad nacional, apreciación o capital cultural, sentimiento de arraigo, etc. cobrando un mayor empuje con el proyecto de modernización muñozcista.
Según Carlos Pabón (2003) Muñoz alteró de forma sacrosanta y peculiar el discurso de lo nacional, cosa que logra apropiarse del ícono más atesorado por los nacionalistas, que es la bandera. A raíz de este hecho y fenómeno sociohistórico sin precedentes, los conceptos patrios y estoicos como la bandera, identidad, tierra, entre otros fueron modificándose acorde a las condiciones socioeconómicas del período. Es decir, que eso que muchos tildan como orgullo autóctono, hoy recibe otra significación, ya que aun siendo extranjera la persona del país e inclusive viviendo como expatriado este podría identificarse con tal nación.
Si bien es cierto, ya el sentimiento de pertenencia ha ido modificado y flexibilizando su naturaleza acerca de cómo expresarse, aculturarse, proyectarse e inclusive interpretarse. Han sido los cambios sociopolíticos como el ELA, las constantes crisis socioeconómicas y la adopción de un capitalismo postindustrial (sociedad basada en bienes, servicios y desarrollo tecnológico) que lo identitario-cultural comienza a fusionarse con lo económico- político. Queda claro, que con el sobresaliente deterioro de nuestro capital cultural y social-comunitario emerge lo que Carlos Pabón (2003) describe como el surgimiento de un capitalismo “lite” criollo.
Resulta ser para muchos algo alarmante, llamativo, incrédulo y hasta herético el que la cuestión identitaria puertorriqueña haya pasado de un modelo a seguir a una marca de tendencias. Son las mismas crisis histórico- culturales y socioeconómicas las que impulsan el tener que hallar de algún modo auxiliar el vacío valor de la puertorriqueñidad e identidad nacional. Así que, partir de referentes como Pedro Albizu Campos, José Gautier Benítez, Blanca Canales, Julia de Burgos, etc. ponen sobre su velo la interminable batalla entre si lo que seguimos apoyando es un nacionalismo cultural (sentirse puertorriqueño/a) versus nacionalismo político (constitución de Estado).
Evidentemente, la mutación de lo nacional se ha visto trastocada de inicio a fin en lo que respecta a la psicología social no solo puertorriqueña, sino también con la comunidad que vive internacionalmente. Por tal motivo, si no tomamos en cuenta el tiempo histórico acerca de cómo y por qué la percepción de identidad-nacional ha reconfigurado su significado patrio, continuará circulando sobre nuestro imaginario puertorriqueño una silente extinción idiosincrática … (Continuará)
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