Por: Juan Illich Hernández
Todo parece indicar, que en estos tiempos ultrarrápidos y de mutación, las nuevas tecnologías e individualismo no son solo la orden del día, sino que también caracterizan la personalidad psicoemocional de las masas. Es decir, que mientras más redes sociales tengamos, artistas que sigamos, fotos que subamos y contenido que consumamos, vamos dándole una estructura descriptiva del tipo de ser humano que somos en estos momentos históricos de la inmediatez.
Es en ese sentido, que al creer que estamos siendo libres de escoger y determinar lo que posiblemente sea beneficioso para nosotros en tal espacio cibernético a nivel psicológico, sociológico e inclusive fisiológico, resulta ser a su vez perjudicial. De ahí el perfecto crimen para que el capitalismo de la vigilancia mercadee y haga de los datos que subimos o consumimos su prestación de servicios selectiva. Así que, si amarramos cada uno de estos sucesos y rasgos propios de la era tecnológica, hallamos que han retransformado no solo el factor psicoemocional, sino también identitario puertorriqueño y macrosocial. A este hecho y fenómeno sociohistórico se le conoce como neonacionalismo.
Según nos dice Carlos Pabón (2003) “En Puerto Rico, el neonacionalismo nos remite a un asunto diferente, la mutación de lo nacional ante los impactos de los proyectos de modernización posguerra”. Siguiendo este la línea de pensamiento, es interesante observar cómo ha cobrado fuerza y manía el que la cuestión identitaria acoja hoy sin prejuicio alguno, ni dilema los incomprendidos tópicos de la inclusividad, multiculturalismo y la autogestión. Cada uno de estos suena refrescante y presenta como algo ideal ante el descompuesto sistema económico- político que tenemos. Sin embargo, ese Estado Benefactor que conocíamos hace más de cuatro o cinco lustros dejó de ser lo que era para tornarse en un cuerpo privativo, individualista y desregulador el cual hace lo pro-patria algo innecesario.
Actualmente, de lo que se habla e integra en las predicas sociopolíticas como las que se diseñan en las plataformas de los partidos son más bien alusiones nacionalistas e identitarias totalmente superficiales vía anuncios televisivos, radiales, etc. Ejemplos que exhiben estos señalamientos son los de las pinturas Harris que exaltan los colores de nuestro Puerto Rico, los atrapantes anuncios de Coca-Cola en ciertas etapas del año, los recurrentes avisos de la compañía de placas solares “Power Solar” en condiciones de falla eléctrica y las constantes publicidades de la cerveza “Medalla” para ilustrar que somos un país de tradiciones festivas. Quiérase decir, que el concepto de identidad al igual que nación no pueden ser clasificados y/o definidos como términos estáticos, sino más bien como unos maleables, puesto que estos se ajustan a las condiciones “reales” de la época.
Ha sido evidente, que este mismo escenario se visualiza también con la simbología de la bandera. Ahora, la apreciación y significación que le personificaba no es ni una mitad de lo que la caracterizaba dado a los múltiples choques socioculturales, políticos y económicos que impiden dejar procesar a plenitud dichos efectos en la isla. Tanto es así, que durante la misma ley de la mordaza en el 1948 buscó eliminarse no solo el problema de la identidad nacional, sino también el sentimiento de arraigo.
Al resentir todas estas controversias de modo psicoemocional, entre si somos o no somos puertorriqueños, americanos, raza híbrida, etc. a nivel imaginario, simbólico y real hemos construido un placebo para hacer más “tolerable” la vida de los colonizados. Y esta se traduce en “la maniobra política del plebiscito criollo”, hecho que nunca determinará lo que somos (Continuará)…
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