
Por: Juan Illich Hernández
En términos generales, hoy la población puertorriqueña se percibe, describe, personifica e inclusive representa ante el otro como un país con identidad propia. A pesar de que persista el fenómeno del multiculturalismo o diversidad sociocultural prospera un sentimiento patrio. Esto significa, que desatándose distintas problemáticas de índoles políticas, geográficas, sexistas y sobre todo deportivas se hace algo complejo definir con exactitud eso que denominamos identidad nacional.
La caótica, pero interesantísima complejidad de si somos o no una nación por el “issue” colonial, permanece más viva e inconclusa que nunca en estos tiempos contemporáneos. Tanto que, si analizamos con mayor detenimiento qué factores psicológicos y a su vez sociológicos circulan por el imaginario de los puertorriqueños, actualmente su criterio perceptual está en modo de suspenso. Y precisamente es este sentimiento psicoemocional en particular el que recorre por todas las personas que residen en el país como en los Estados Unidos, ya que próximamente las elecciones del 2024 determinarán cómo se distribuirá la economía a nivel local.
Es en ese sentido, que no debería sorprendernos, que en esto tiempos de inmediatez, individualismo y exceso de información digitalizada el efecto de ilusión democrática vía estas elecciones sea un parche de goma para minimizar la intrascendente lucha de nuestro estatus social e identitario. Una de las pertinentes formas que ha prevalecido durante los tiempos de invasión colonial, tanto con España como Estados Unidos es la apuesta a los movimientos sociales los cuales inician bajo los esfuerzos gremiales de la caña, café y tabaco. La creación de estos colectivos no solo se genera de manera natural y sobre todo inclusiva, sino que también aboga por la combatividad de los problemas que aquejan a todos por igual. De ahí, la búsqueda de un bien- común que integre fines por igual, cosa que hace ahondar robustamente, aunque no parezca directo, el tópico de la identidad.
Por tal razón, resulta más que necesario el decir, que para hacer patria o mejor dicho una construcción de sentido de pertenencia no es ya prioritario la cuestión de procedencia y cultura per se, sino más bien de deseo afectivo. Evidentemente, esto da un giro radical y valorativo a las supuestas barreras que tienen los componentes de lo étnico, lo religioso, lo lingüístico, etc. debido a que como bien señala el filósofo francés Gilles Deleuze (1985) “el deseo siempre es revolucionario”.
Ya tomando en cuenta los 126 años de coloniaje y guerras después de la guerra como nos diría el historiador Fernando Picó (2013), Puerto Rico ha ido sentando unas bases multiculturales que solo sus habitantes pueden manejar, adoptar e incluso criollizar. Así que, la lucha por una identidad nacional originaria de la mata como diríamos coloquialmente es inconsecuente y superficial en estos tiempos históricos. De lo que se trata es de impulsar una resignificación, no meramente como puertorriqueños y de nuestro lenguaje, puesto que sigue predominando el español, plus mestizaje, pero de crear nuevas formas de inclusión.
Gracias a esta apertura se refresca el contaminado y vertiginoso ambiente que está arropándonos día a día. También, vamos solidificando lazos internacionales que desde la introducción de las nefastas leyes de cabotaje en el 1900 impidieron el que pudiésemos mercadear y negociar más allá de Norteamérica. Es por ello, que el concepto de identidad nacional cambia si lo vinculamos con “el deseo” versus el determinismo contextual/racial.
Son las condiciones socioeconómicas y psicológicas las que empujan a que las masas se unifiquen para hacer valer su propia identidad sociohistórica, para que puedan redefinirse.
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