Por: Lilliam Maldonado Cordero
Los Juegos Olímpicos París 2024 han sido la plataforma para que miles de atletas y ciudadanos de todo el mundo hayan estrechado lazos de fraternidad. Nuestra delegación puertorriqueña también demostró su cría. Ver la entrega y excelencia de su desempeño, celebrar sus logros y llorar con ellos sus derrotas nos hincharon el corazón.
Sin embargo, ha sido lamentable ver, a través de las redes sociales, actuaciones matizadas por la xenofobia, donde personas blancas arremeten físicamente contra atletas asiáticos, así como leer comentarios cargados de prejuicio contra participantes de países africanos y latinoamericanos por su trasfondo étnico. La discriminación también se vistió de misoginia y transfobia, y de comentarios buscando ridiculizar a las competidoras femeninas por sus atuendos, ya sea que fueran muy reveladores -como es el caso de los juegos de volibol de playa en bikini- como contra las voleibolistas egipcias, por vestir ropas conservadoras compuestas por hijabs, leggins y camisetas de mangas largas que responden a sus principios.
Entre todas, seguramente la expresión más cruel fue contra la boxeadora argelina, Imane Khelif. Imane, quien nació indudablemente mujer, fue acusada en estas olimpiadas de ser un hombre infiltrado en el box femenino, a pesar de que en años anteriores había competido y perdido contra otras mujeres. Entonces, como no ganó, nadie cuestionó su femineidad. Ahora, como prevaleció, arremetieron contra ella. El odio e ignorancia de muchos ha sido tóxico y absurdo.
Hasta la escritora J.K. Rowling, autora de las novelas que dan vida a Harry Potter, se lanzó en una cruzada demoledora, imputando categóricamente que Imane era un hombre sin tener los elementos de juicio para afirmarlo. La ironía es que Rowling, en sus novelas, da vida a personajes fantásticos y rituales nada ortodoxos, como la magia y el ocultismo. El que Rowling escriba de brujería y demonios en libros dirigidos a niños como si fuera comerse un mangó es materia de otro análisis, aunque sean libretos basados en la fantasía. Sobre todo, porque debería perturbar a la claque de conservadores religiosos y pudendos que se han unido a su zaga al encarnizar a una mujer por no caer dentro del arquetipo del cual gente como Rowling apetece encajonarnos.
Lo insólito es que los protagonistas de la obra de Rowling resultan ser unos niños-magos “impuros”, Muggles según la concepción de la escritora, por no tener habilidades mágicas, particularmente por ser hijos de padres mitad magos y mitad “normales”. A través de sus obras, Rowling expone a los pobres muchachos a merced de todo tipo de persecuciones y hasta a la muerte, todo enraizado en el odio venenoso y rancio de un tal Voldemort contra los padres de su protagonista -Harry-, que no les pierde pie ni pisada a los pobres Muggles buscando acabar con ellos y con toda su parentela. Finalmente, Rowling terminó transformándose en la figura antagónica que creó, llena de prejuicios, superando ampliamente la desidia de su propio monstruo.
Es presumible que Rowling sepa leer porque sabe escribir. No sé. Si lo hace, no se detuvo a escrudiñar que Imane fue evaluada por el Comité Olímpico Internacional, y todos los cuestionamientos sobre su físico y anatomía fueron derrotados científicamente. Es mujer, pero Rowling prefirió fundamentar todos sus prejuicios sobre cómo deben lucir las mujeres, sean boxeadoras, brujas o Muggles: tienen que ser blancas y femeninas. Lamentablemente, del daño causado por el odio y sus consecuencias no se regresa.
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