La era social y cultural de la fatiga (Conclusión)
- Editorial Semana
- 22 may
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Por: Juan Illich Hernández
Evidentemente, en cada uno de los pasados escritos, observamos cómo el imparable fenómeno del hiperconsumo, al igual que el capitalismo han reinventado y reorganizado sus medios de intervención no solo sociales, sino también psicológicas. Como ya hoy el factor intercomunicativo no es en sí una pieza clave para la vida cotidiana como muchos narcisistas dirían, dado a la alta y supuesta sobreexposición de las toxicológicas redes sociales, el producto de esta enfermiza saturación e inundación de datos es el ya mencionado síndrome de la fatiga informática (IFS). Dicha psicopatología totalmente contemporánea ha sido despertada y desencadenada a nivel internacional por el desmedido consumo habitual de lo digitalizado.
Si se toma por ejemplo un estudio científico realizado en 2023 en la icónica Universidad de Yale en sobre cuántas personas asisten al cine versus apreciar una película o serie en Netflix en su hogar, nadie refutó en el decir, que la experiencia en sus casas presentó ser más reconfortante que en el teatro. Sin embargo, al explorar en la investigación otros tipos de sensaciones que hoy se ausentan en estos espacios cinematográficos como la intercomunicación y el indescriptible estremezón del “shock” que el ambiente del cine únicamente genera, no pudieron ser superados. Esto deja más que claro, que aun los entornos de alta interacción social y cultural que antes solían asistirse con mayor constancia son actualmente sustituidos por la esfera privada del conforte digital individualizado.
Según el filósofo Byung Chul-Han (2024) “la realidad está tan reducida en el smartphone que en las impresiones que nos provoca ya no queda ningún elemento del shock. El shock deja paso hoy al like” (p.77). De hecho, este planteamiento ilustra cuán entorpecido y desgastado se encuentra no solo nuestro sistema psicoemocional, sino también fisiológico. Tales efectos, nuevamente se reconfirman con las diversas facultades cognitivas e incluso motoras que ostenta esta cepa generacional Z (centennials) versus generaciones ulteriores donde existe una amplia brecha entre sus destrezas funcionales. De las características más afectadas por el sobreuso de los teléfonos inteligentes y el intentar ser una persona productiva con el agobiante, hasta frustrante multitasking o multitareas como demanda sociocultural es la capacidad para memorizar, plus retener información.
Cada uno de los datos expuestos representa la crítica y descompuesta “realidad” que nos está atravesando, por lo que, el mercado del hiperconsumo embiste a la luz de lo que es tendencia cada una de sus “genuinas” intenciones. De este modo, todo aquello que enmarque exceso de felicidad, satisfacción, enaltecimiento, totalización y eficacia bajo su mercado de “progreso positivo” trae como consecuencia desestabilización a nivel psicológico e incluso sociológico la enfermedad mental actual de la autoexplotación. Así que, esta ultraviolencia que se está generando en todo espacio que demande interacción social, prácticamente está atentando no solo contra la vida en sociedad, sino también vida psicológica.
Lo característico del fenómeno ultraviolento es que en lugar de ser percibido y apreciado como algo visible e inclusive directo, actualmente va diluyéndose hacia algo más intangible, pero a su vez ensordecedor. Y esta la gran particularidad que representa tener las exigencias o expectativas de la cultura contemporánea la cual tristemente determina en la psicología de masas el rendimiento que espera de nosotros.
Por tal motivo, para poder confrontar a este verdadero malestar sociocultural como dice Freud (1930) y fatigante autoexigencia debemos de desprendernos de la fórmula acumuladora de que cantidad es igual calidad. El disfrutarnos los procesos de cada tarea a nuestro ritmo precisamente combate la fatiga autodestructiva.
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