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La glocalización del criollismo (parte I)

  • Foto del escritor: Editorial Semana
    Editorial Semana
  • 5 jun
  • 3 Min. de lectura



Por: Juan Illich Hernández


Antes de comenzar a desarrollar nuestro análisis crítico- reflexivo sobre el fenómeno globalizador y a su vez mercantilista de lo local, es importante definir del saque: ¿Qué es la glocalización? La glocalización versus globalización es un concepto traído de la sociología del pensador británico Rolando Robertson (1990) el cual busca empatar la experimentación del consumo mundialista versus el local. El fin de esta estrategia socioeconómica es más bien la de fomentar un razonable y confortable ambiente de los medios de consumo globales para así darle a los consumidores la ingeniosa sensación de que tales cosas pueden ser apetecibles a través de lo local.


Dentro de este ejercicio globalizador, quien realmente se está beneficiando no es el ámbito del gran capital cultural o social como la gente creería, sino más bien, es el mismo mercado mundialista ya que en nombre del producto sea de McDonald’s, Chilis, Walmart, Costco, Starbucks, entre otras emblemáticas compañías, enaltecen algo de lo local para expandir su economía. Un ejemplo por excelencia que siempre ha resultado ser el mejor representante de este violentísimo desarrollo, tanto globalizador como imperialista, como nos dirían algunos marxistas son las cadenas de comidas rápidas McDonald’s. Y esto precisamente se hace evidente cuando nos insertamos a X o Y tipo de contexto internacional, sin importar que cultura sea, dicha icónica empresa acoge algún alimento autóctono, para hacerlo parte de su “amplio” menú. Quiérase decir, que para que logre desplegarse más agresivamente el gran capital, necesita antes que todo el explorar los valores sociales, culturales, psicológicos y económicos del contexto que vaya a sumergirse para así fusionarse con lo local. De este modo es cómo acontecen nuevas formas, no solo culturales, sino también de identidades a nivel general.


Ya adentrándonos al caso muy particular de Puerto Rico, la cosa se hace un poco más compleja y a su vez natural, dado al factor crucial del coloniaje norteamericano. Es por ello que ya cuestiones sumamente delicadas como la bandera, el himno, la comida, etc. sean ya desde hace muchísimo tiempo más que una sola cosa. Ha sido el mismo agresivo proceso de aculturación o adaptación ultrarrápida el responsable de cortocircuitar y jaquear a nuestra realidad psicológica creando las debidas condiciones económicas y políticas para reinventar las nociones de identidad, plus nación.


Uno de los grandes problemas que hemos podido identificar con tan solo echar un vistazo retrospectivo es el término del criollismo, tanto cagüeño como puertorriqueño. Comparando ambos ángulos, aunque parezcan ser lo mismo como sentimientos de orgullo patriótico, los mismos representan un destello único. Sin embargo, gracias al imbatible y destructor bulldozer del marketing internacional ese sentir psicoemocional tristemente ha dejado de ser lo que era, desde el proyecto Manos a la Obra hasta hoy. Los encargados de dicha transformación han sido las mismas multinacionales las cuales vinieron a desplegarse en la época de mayor experimentación y efervescencia sociocultural de los 60’s &70’s. Estas movidas, aparte de alterar nuestra identidad nacional, también pervirtieron nuestra historia haciendo de la imagen de Puerto Rico una marca exportable/explotable sea de camisas hasta de perfumes, entre otras peculiaridades.


Tales efectos, dejan claro, que por un lado se está atentando contra el desvanecimiento de la diversidad nacional y por el otro, que, estamos entrelazando distintos lazos sociohistóricos para crear nuevas aperturas culturales o multiculturales. Por tal razón, es que se hace fundamental como nos dice el sociólogo Antonio Giddens (1985) “que la clave para comprender a la globalización está en lo que se conoce como la conectividad” (p.108)… (Continuará)

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