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  • Foto del escritorEditorial Semana

La lectura: una buena compañía


Por: Lilliam Maldonado Cordero


Tuve una maestra de Español que abrió el primer día de clases preguntándonos qué cosa quisiéramos tener si estuviéramos solos en una isla durante una semana. Dejó saber que no valía pedir la compañía de personas o mascotas ni un televisor, y destacó que no harían falta techo, agua, alimentos o medicamentos, porque eso estaría resuelto mágicamente. Tendríamos un lugar hospitalario donde vivir, y no padeceríamos hambre o sed, ni sufriríamos de enfermedades durante nuestra estancia.


Creo recordar que el chistoso del salón dijo que quería tener acceso ilimitado a empanadillas de pizza, una de las meriendas favoritas de la época. “Eso estará resuelto en los suplidos mágicos”, respondió la maestra. “¿Qué otra cosa que no sea comida?”, preguntó. Como era el primer día de clases, nadie se atrevía mencionar un artículo favorito, por no equivocarse -como el de la empanadilla-, y arrancar el semestre con el pie izquierdo.


“Un libro”, dijo la maestra. “Yo me llevaría un buen libro, y mientras más largo, mejor…iHasta una revista!”. Así comenzó una de las aventuras más fascinantes de mi experiencia académica. Cada estudiante tendría la oportunidad de escoger entre varios libros de cuentos y novelas para leerlas, escudriñarlas, y escribir un análisis crítico del mismo y la experiencia de haberlo leído. Después de esto, valoro la importancia de contar con la compañía de un buen libro o una buena lectura.


Con el arribo de la reciente tecnología -que no estaba disponible para mis años de escuela-, encuentro fascinante el acceso inmediato a la información y el conocimiento. Al alcance de la mano, y conociendo cómo navegar en el ciberespacio, se encuentra virtualmente cualquier libro, publicación, estudio y hasta películas. De la misma manera, se accede a la virulencia de la pseudo ciencia, que es utilizada por muchos para propagar ideas desinformadas, desde temas triviales hasta otros que literalmente pueden costar vidas.


Precisamente durante esta semana me compartieron el vídeo de un hombre que se atribuye ser bioestadístico, médico, epidemiólogo y catedrático. A fuerza de mentiras, se ha hecho rico realizando estos “lives” en las redes sociales, hablando de supuestos microchips que ha encontrado en las vacunas contra el covid-19. Hasta muestra una foto que asegura es de uno de esos aparatitos, alegando que lo había encontrado en la vacuna. Usa un tono estridente, gritando, como táctica para azuzar y crear pánico entre quienes lo ven y escuchan. Gracias a una búsqueda en la misma red, pude identificar con facilidad que el individuo es un farsante, que en realidad no poseía grado académico alguno y antes de la pandemia se desempeñaba como entrenador físico en un gym. Las personas que ven sus vídeos, incautas, le donan dinero por distintas plataformas “para que continúe su trabajo investigativo”, según pide en un calce, dejando en manos de un embaucador su dinero y confianza por encima de los años de educación formal y experiencia de los científicos y profesionales dedicados que luchan cada día en rebatir mentiras como las que él promueve.


Recordando a mi maestra de Español y el amor que inculcó a cada uno de nosotros por “un buen libro” o lectura y sus equivalentes tecnológicas de hoy día, invito a revivir ese amor en nosotros, y sembrarlo en nuestros niños y jóvenes. Leamos, pero seamos críticos. Como dice otro Buen Libro: “Escuchadlo todo; retened lo bueno”.

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