Por: Juan Illich Hernández
Si de algo hemos estado claro, es que de todas las plazas públicas que hay en Puerto Rico, la Plaza Palmer de Caguas aún mantiene viva la esencia de sabor a pueblo con sus diversas actividades, prácticas y costumbres. De los intercambios sociales y culturales que a lo largo de la historia llevamos presentes son los artesanos, los persignados, los caminantes, los chismosos, entre otros. Cada uno de estos rasgos, aunque muchos de nosotros no puedan apreciarlo, detectarlo o valorizarlo son códigos socioculturales que precisamente se validan entre los compueblanos.
Evidentemente, las nuevas tecnologías como los teléfonos inteligentes y cultura “Smart” han traído consigo una irreversible evolución en la manera de cómo relacionarlos, comunicarnos y expresarnos psicoemocionalmente. Sin embargo, si realizamos un ejercicio observatorio a nivel Isla acerca del comportamiento de sus plazas, la Plaza Palmer es de las pocas en general que preserva esa identidad de pueblo criollo. Ha sido más que dificultoso el rescate del estudio de las formas, justamente como nos menciona el sociólogo Georg Simmel (1907) ya que es la esencia de la sociología en sí. Y es bajo este enfoque en particular que observamos que los modos de socialización dentro de los espacios públicos en cuyo caso es la Plaza Palmer han cambiado, tanto a nivel psicológico como sociológico.
Si nos remontamos al siglo pasado e inclusive XIX, las maneras en cómo se interactuaba, apareaba y hasta comunicaba eran mediadas no solo por la cultura establecida de ese momento, sino también por los poderes institucionales que rige el Estado. A pesar de que estas sutiles, pero ultrarrápidas modificaciones asienten hoy día sus bases, todavía coexisten en los espacios públicos costumbres pueblerinas únicas e intransferibles. Ejemplos que persisten contra viento y marea dentro del casco urbano son: la venta de las almojábanas, los santiguadores caminantes, los billeteros, los pequeños comerciantes de la plaza, los limpiabotas, los niños que salen a recrearse en las tardes, entre otros. Cada uno de estos vivos señalamientos hacen valer la vibrante y sobresaliente aura de sabor a pueblo que emana la icónica Plaza Palmer, que a diferencias de la mayoría en el país carecen de ese dinamismo social. Muchos dirían que este resultado es por la merma demográfica, otros por la imparable lucha entre los pequeños comerciantes versus multinacionales, nosotros decimos que es por la cultura digital del “fast-track” anoréxico.
Adentrándonos hacia las nuevas formas de sociabilidad que están siendo manifestadas en las plazas y cascos urbanos a nivel microsociológico son debido a la feroz codependencia que le hemos brindado a los dispositivos electrónicos. Actualmente está interacción y transformación psicológica preestablece una especie de entrampamiento que evita crear otros lazos sociales, por lo que el ensimismamiento y la automatización de las relaciones sociales se tornan en el modelo político a seguir. Quiérase decir, que eso que Simmel (1908) nombró formas sociales, en esta situación en particular podría traducirse en ritos de la vida cotidiana. Cabe agregar, que estos son prácticas y costumbres que constantemente cambian de acuerdo a las necesidades históricas del momento.
Por tal motivo, las microsociologías de las plazas más allá de ostentar un diseño arquitectónico para el control social llevan a su vez en sus raíces históricas unos propios códigos culturales a los que solo ese contexto, región, pueblo, país, etc. pudiese comprender y preservar. Es en ese sentido, que se convierte en ley el remitirse a la huella histórica para excavar qué emociones y códigos se resguardan detrás de las estructuras… (Continuará)
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