Por: Juan Illich Hernández
Siguiendo el hilo conductor de los pasados escritos, hemos podido observar el desdibujamiento, tanto teórico como práctico de la resignificación del término arrabal. Lo curiosamente interesante, pero a su vez complejísimo resultan ser los innovadores diseños estéticos y arquitectónicos que intentan desaparecer la verdadera naturaleza interactiva e inclusive cultural que caracterizan a estos entornos.
Con el acontecimiento cagüeño de la reactualización de los espacios urbanos y circundantes al casco urbano durante esas transiciones del año 2004 hasta hoy se buscaba solapar todo tipo de vínculo que descansara no solo en la “pobreza”, sino también en abandono espacial. Aunque se haya intentado desintegrar y aparentemente maquillar lo que muchos entienden por pobreza, es importante agregar, que este término trastoca todo espacio sociocultural. Uno de los detalles y hechos sociales en los que tenemos que estar alertas es que nuestra concepción de pobreza en este escrito se apoya más al abandono y deterioro de la destrucción de casas de madera, falta de accesibilidad a la seguridad y educación popular, entre otros recursos. Nuevamente este escenario manifiesta el notorio triunfo del capital financiero por encima de las necesidades de sus ciudadanos.
En efecto, estos avances que se tildan de progresistas y en caminables hacia el desarrollo económico a nivel local, más bien propician la interminable lucha entre clases sociales. No existe mejor contexto para representar ese violentísimo y rampante fenómeno social entre tensiones de conflicto hoy que entre los residentes de la Barriada Morales, plus sectores conurbados como El Campito & Bunker con el aparatoso poder de Las Catalinas Mall. A pesar de que este centro comercial no tenga en sí un marco referencial como residencia si sirve como medio de unificación e integración cultural.
Precisamente, el arrabal, aunque en la actualidad sea mal visto y definido no solo por las psicologías de masas, sino también por ese agonizante e inclusive sofocante imaginario social, es un espacio sumamente multiforme como para no recibir tales determinismos. Por tal razón, es que donde quiera que exista y circule un altísimo flujo de intensidades o seres “blasée” (desconexión de la realidad psicoemocional) como nos diría sociológicamente Georg Simmel (1903) el capital logra trasladarse a los corazones de la ciudad. Justamente este es el caso de las zonas metropolitanas las cuales están cargadas de diversidades étnicas, políticas, económicas, sexuales, históricas, etc.
Es por ello, que la vida en la ciudad toma otro giro significativo, expresivo y valorativo como cambio de las sobreestimulaciones que producen los trabajos desarrollistas a lo que concierne con la planificación urbana. Lo más llamativo de este planteamiento, es que, en el caso de Caguas al estar ubicado en un cautivador epicentro o punto de localidad, dichos efectos sobre-estimulantes son igual o más intensas las oleadas de interacciones sociales. Ha sido la alta actividad agrícola de la caña de azúcar y el mismo tabaco que hasta más tardar de la década de los 70’s a 80’s Caguas va diferenciándose de las otras municipalidades del país por el predominio de ese dinamismo según nos indican los historiadores Oscar Bunker y Juan David Hernández.
En fin, el fenómeno urbano moderno-tardío puede que en términos teóricos haya “modernizado” el concepto arrabal con sus nuevas estructuras y facilidades estéticas. Sin embargo, a nivel práctico logra apreciarse con detenimiento que la esencia del gueto, barrio, etc. todavía coexiste en diversos contextos, tanto cagüeños como otros pueblos mediante sus prácticas sociales e intercambios culturales. De estos sucesos estriba la grandeza y trascendencia microhistórica de nuestros pueblos a través del arrabal.
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