Por: Juan Illich Hernández
Se ha visto y comprobado que, a nivel socioeconómico, desde que comenzó el proyecto desarrollista Manos a La Obra de Muñoz Marín durante la década de los 50’s continúan aún hoy saliendo a flote las diversas fallas urbanistas y malas planificaciones realizadas de ese entonces. Tanto es así, que en lugar de haberle ofrecido a las personas de escasos recursos casas de cemento, le cedieron parcelas con el fin de tener un espacio de vivienda sobre todo en zonas de alto riesgo y así proyectarle a ese imaginario social la “benevolencia” del Estado.
Tales hechos sociales e históricos, no solo han desestabilizado por completo el estado de seguridad de los puertorriqueños, sino que también han acentuado el grado de violencia simbólica entre el Estado y la sociedad civil. Las mejores representaciones de este tipo de índoles las reflejan las maniobras urbanistas (apartamentos para ricos, centros comerciales, hoteles, autopistas mal diseñadas, etc.) que cada vez excluyen, subdividen y arremeten más contra las grandes minorías. Son precisamente las zonificaciones urbanistas céntricas las mejores opciones para las clases subordinadas o más vulnerables por el factor de cercanía laboral y ayudantía gubernamental. Estas construcciones aluden más bien a los proyectos de residenciales públicos. Al incorporarse al lenguaje pueblerino puertorriqueño la terminología de caserío e inclusive arrabal que es la más adecuada urbanamente hablando, se tiende a tildar despectivamente a toda persona que proceda de dicho espacio residencial el cual envuelve la travesía del campo a ciudad.
En la actualidad, el concepto de caserío ha tomado un giro, tanto resignificativo y valorativo totalmente distinto en el que los siglos pasados XIX y XX observaba, percibía e inclusive concebía como entorno de vivienda para la psicología social. Ha sido el fenómeno del urbanismo gentrificador, es decir, el aburguesamiento de los espacios urbanos el encargado de que se elimine como incesante demoledora la extracción no solo de algún lugar, sino también clase social. De este modo, se afirma como bien señala el filósofo Henry Lefebvre (1980) que el término espacio de antemano determina la construcción de un territorio controlado socioculturalmente hablando, por lo que entrelaza en sus raíces relaciones de poder y una propia subcultura que no va acorde a lo establecido por el sistema económico- político.
Queda evidentemente claro, que el concepto de comuna o caserío nace del vocablo marxista proveniente de su prolífico texto “La Guerra Civil en Francia” expuesta por Marx & Engels (1871). De aquí es que prácticamente comenzó a desarrollarse en nuestro lenguaje y referencia coloquial la clasificatoria etiqueta de que si eres una de escasos recursos tu “su-puesto” lugar reside en un residencial o ayuntamiento.
En el caso de Caguas y a su vez Puerto Rico, el uso del concepto arrabal representa tener múltiples variaciones plurilingüísticas ya que se le vincula con espacios urbanos como barrios, barriadas, suburbios, caseríos y afueras de los cascos urbanos. Sin embargo, al tomar referencia al pueblo cagüeño, hallamos que el primer proyecto desarrollista urbano no fue el caserío Gautier Benítez como suele pensarse a nivel imaginario, sino más bien Campo Alegre.
Lo característico de este hecho es que según nos expone el historiador Juan David Hernández (2014) se debe a que este diseño de vivienda durante el 1908 de solamente 24 casas lució fallidamente dado el incesante fuego efectuado entre estructuras. Todo parece indicar que gracias a la historia oral tomada de las personas que experimentaron tales sucesos se redefinió por completo la noción de arrabal a múltiples términos y diseños de barrio. (Continuará…)
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