Por: Lilliam Maldonado Cordero
“Aquel que deja para después un gusto, un amor o un café no está consciente de lo efímera que es la vida”.
Leí esta frase una mañana mientras, precisamente, disfrutaba del café oportuno de cada día. Hacía unos minutos me encontraba revisando la agenda del día y la semana, buscando escurrir un espacio para compartir con unas amistades. Ya había anticipado que esta semana no sería posible ese junte acostumbrado cuando, entre bocaditos y refrigerios, nos ponemos al día sobre las hijas y los nietos, el trabajo, esa persona que nos amarga la vida en la oficina, los apagones o la posibilidad de que una tormenta nos azote. Ese compartir nos sirve para reírnos, desahogarnos y aconsejarnos mutuamente.
Sacar un tiempo para nosotros y aquellas personas más cercanas, dejando a un lado el trabajo y el afán, no constituye un pecado. Si bien es cierto que el ocio continuo y la vagancia son males que giran contra el bienestar físico, espiritual, emocional y económico de los individuos, separar un espacio para el descanso y la reflexión ayuda a recargar energías, reduciendo el estrés y la depresión. En efecto, es desde las actividades de ocio que podemos encontrar el equilibrio, y tenemos la oportunidad de evaluar desde cierto distanciamiento nuestra vida y trabajo, y cómo empleamos el tiempo para administrarlo mejor. Regular las exigencias desafiantes no se puede hacer desde la vorágine de estas, sino desde la distancia.
El tiempo libre también nos ayuda a consolidar mejor las demandas que suponen los compromisos profesionales y personales, y le brinda espacio a nuestro cerebro para organizarse. El estrés como respuesta natural ante una amenaza es esencial para la sobrevivencia, pero el estrés crónico es un tóxico que puede ser letal, literalmente.
Por otra parte, el ocio no significa sentarse a mirar el techo. Por el contrario, es una oportunidad para dedicarla a actividades recreacionales, como la siembra casera, una caminata corta bajo el sol para recargarnos de vitamina D, apreciar la naturaleza y ejercitarnos. Se sabe que el ejercicio periódico tiene efectos favorables para la salud y aleja enfermedades cardiovasculares, músculo esqueletales y crónicas, como la diabetes y el cáncer.
En el caso de los niños, el proveerles espacios sin contaminación digital como los aparatos inteligentes o la televisión les permite desarrollar aspectos relacionados con su personalidad, autoestima y creatividad. Nadie, especialmente un niño en continua formación cognitiva y motora, tiene espacio para aplicar lo aprendido y poner en práctica su capacidad creativa. Los niños necesitan, también, del silencio y la paz para reconocerse, pensar y reflexionar sobre aquellas cosas que le rodean, desarrollar gustos e intereses y madurar emocionalmente. Cada vez son más los estudios que demuestran que los niños y jóvenes deben dejar de usar continuamente sus aparatos inteligentes por sus efectos nocivos, amén de privarlos de realizar actividades físicas tan necesarias para fortalecer su capacidad motora y cognitiva, y destrezas de socialización.
El espacio para el ocio es esencial. Por eso, cuando sienta la necesidad de detenerse en medio de las demandas del trabajo y las actividades domésticas, hágalo. Tómese un cafecito, o anote en su agenda un junte entre amigas y nutra esas relaciones conversando, escuchando y amando a sus amistades, familiares y a usted misma. Eso de “no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy” es cierto, incluyendo sacar un ratito para reposar.
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