Por: Lilliam Maldonado Cordero
Mientras millones de personas en el llamado occidente político esperamos con ilusión una de las celebraciones más emblemáticas, la Navidad, e iluminamos con colores e imágenes nuestras residencias y lugares públicos, se estima que más de 470 millones de niños sufren como víctimas inocentes de la guerra.
Mientras millones en el primer mundo, según definido por la geopolítica, adobamos y cebamos carnes, y planificamos banquetes para celebra el nacimiento de un niño que, según los Evangelios, siendo Dios, renunció a su divinidad para nacer entre bestias y estiércol, cientos de millones de criaturas que no tienen conciencia del origen morboso de su dolor, ignoran si tendrán acceso a agua o comida, ni saben dónde se encuentran sus familiares, pues han sido desplazados por la guerra.
Mientras en nuestro país estamos más al pendiente del último chisme sobre la ruptura sentimental de fulana y zutano, o si perencejo permanecerá o será eliminado del último reality, gran parte de la superficie de nuestro planeta está en guerra. ¿El eje de esta? La ambición por el poder político y económico, el fanatismo religioso, y la sociopatía del narcicismo de muchos de sus líderes.
Porque un país no se encuentre en medio de un conflicto armado no significa que no esté propiciando la guerra. Solo hay que dar lectura a las noticias internacionales para confirmar que millones de personas, particularmente niños, están siendo esclavizados en países africanos para la explotación de sus recursos naturales a manos de los más poderosos imperios del mundo que apetecen de los bienes ajenos buscando acumular riqueza.
Otro ángulo que se mira soslayadamente es el conflicto social, al interior de algunos países, sin que se haya declarado un estado de emergencia o de guerra. Estados Unidos, para dar un ejemplo, es el país donde más civiles están armados, y donde más número de masacres y asesinatos múltiples se registran en el mundo. A pesar de no estar en guerra, este país acumula el número mayor de niños y jóvenes muertos en incidentes violentos, y este número al parecer no va a mermar, pues las políticas públicas del gobierno entrante están muy lejos de desalentar la liberalización del acceso a armas de fuego por parte de civiles.
Los países latinoamericanos también están en crisis por la falta de seguridad, víctimas de guerras ya perennes por el narcotráfico sin que se visualice un cese cercano. Detrás de estos conflictos guerrilleros por el control de la producción de las drogas ilícitas se encuentran poderosos intereses que residen, precisamente, en los países líderes del mundo, enmascarados detrás de la opulencia y la supuesta legalidad de sus inversiones.
Los cientos de millones de niños atrapados en medio de la guerra -o los otros millones de seres humanos también víctimas- no son los responsables de los conflictos y sismas políticos entre sus países y otras naciones. Lo son la avaricia y apetito de poder que vino a denunciar y a transformar aquel recién nacido que llegó a nosotros, irónicamente, en el seno donde hoy se dirime la guerra o la paz de uno de los conflictos más añejos y amargos en la historia de todas las naciones. En estos días de Adviento, cuando visualicemos el pesebre vacío rememorando el nacimiento del Niño Divino, reflexionemos que Dios reside en toda criatura, y lo que hagamos u omitamos que impida la dignidad y plenitud de todos es, también, nuestra responsabilidad.
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