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Las contracaras del amor contemporáneo

Foto del escritor: Editorial SemanaEditorial Semana



Por: Juan Illich Hernández


Si de algo estamos conscientes, es que nuestras sociedades occidentoxicalizadas están pensadas desde la esfera del amor. Muchos se preguntarán: ¿Cómo se han habilitados tales cimientos? Precisamente desde la reproducción de la especie humana, instituciones ideológicas como la iglesia y el Estado han hecho posible tener injerencia sobre el acto sexual. Tanto es así, que hoy este se concibe como una entidad sociopolítica.


En efecto, eso que denominamos como intimidad a nivel general, se sabe que es una decisión sumamente personal. Sin embargo, resulta necesario plantearse: ¿Qué tiene que ver el amor con la religión, el sexo, la política, el género, la reproducción y el matrimonio en estos momentos históricos? Cada uno de estos ámbitos sociopolíticos que caracterizan nuestra vida cotidiana son los que prácticamente han hecho del concepto del amor una coacción y a su vez acto político. Es decir, que ya en lugar de apostar al amor como acción liberadora y descentralizadora, hoy día este se nos revela bajo una práctica cosificadora del consumo.


Es en ese sentido, que el amor no solo por el saber, justamente como es la filosofía ya sea involutiva su búsqueda, sino que no se tome en cuenta las múltiples mezcolanzas (afectos, intensidades, deseos, etc.) que lleva en su matriz el cultivo del amor. Ha sido el caótico, pero sutil monstruo del hiperconsumo moderno- tardío el que redefine al amor como un activo monetario. Dicha transformación es denominada como capital amoroso. Este recrea las condiciones perfectas para el autosabotaje y autodestrucción de la mente humana bajo el efecto de satisfacción inmediata.


Queda claro, que, si realmente deseamos perseguir al amor, a este hoy hay que repensarlo desde otra óptica y lógica del sentido (naturaleza). Parece ser que el amor más que una expresión, afecto, emoción, acción, etc. está más ligado hacia una búsqueda de un faltante o carencia de sentido. Prosiguiendo el marco socioeconómico esta desesperante y atrapante exploración, la cual para muchos es posible, pero para otros imposible es la que absorbe sin remilgos a las masas. De ahí es que descansa el enganche anestésico de las relaciones de producción tóxicas.


Frente a esta delicada situación que confronta la condición humana en la actualidad, es que van impulsándose las maniataduras y continua ceguera de reproducir al amor desde el hiperconsumo. Dentro de este montaje y película viviente contemporánea es que se apoya al proyecto capitalista del capital- amoroso virulentamente. Así que, si estás aplicando los principios básicos de la economía, tanto promoviendo la oferta como demanda, significa ante los ojos del sistema financiero que eres el idóneo amante.


Gran parte de esta problemática mundialista, tristemente la hemos naturalizado y hecho parte de nuestra psicología fisiológica ya que el hiperconsumo es tornado como un apéndice o pieza integral del ser humano. Para poder salirnos de ese estado farmacológico que arrastran las diversas relaciones de producción con el ser humano, el razonable antídoto de esta ligazón sadomasoquista es decontruyendo al concepto e imagen supremacista del amor. El tan solo repensar dicho término desde otro referente encamina nuevas líneas de fuga.


Por tal motivo, al amor constantemente hay que deconstruirlo y reflexionarlo sin tapujos, inhibiciones y otros condicionantes, puesto que, si no, no sería libre. Lo que propicia ese estado de reoxigenación psicoemocional es cuando sacamos al amor fuera de esos filtros. Es por ello, que el capital amoroso lo que busca es sujeción y codependencia, mientras que el amor en sí, nos saca de nosotros mismos. La contracara del amor deberá seguir siendo la reflexión filosófica.


Columna del Taller de Investigaciones Históricas Juan D. Hernández

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