Por: Lilliam Maldonado Cordero
La semana pasada compartí algunos referentes sobre las llamadas Generaciones y obtuve reacciones muy interesantes. Una de ellas vino de un compañero de la escuela superior que me hizo rememorar nuestra niñez y juventud, y reflexionar sobre los retos enfrentados por la Generación Perdida, la Grandiosa y la Silenciosa que nos antecedieron a los Boomers.
Recordaba mi amigo a un vecino nacido en 1900, justo en la frontera generacional entre la Perdida y la Grandiosa. A los cinco años se muda a Estados Unidos junto a su familia buscando un mejor porvenir. Ya en 1917 era parte del Marine Corps y sirve en la Primera Guerra Mundial. Regresa de su asignación en Europa para sobrevivir la Pandemia de 1919. Vive la Depresión de 1929 y la Segunda Guerra Mundial, donde tiene que combatir. Finalmente, en 1975 se retira en Puerto Rico y pone un negocito de dulces en medio del primer embargo de petróleo, cuando la inflación por poco acaba con lo que se salvó de tantos conflictos y guerras. Así que, cuando el don tuvo que subir los precios de los inolvidables Blonnies -aquellos chicles largos y dulces que empezaron costando un chavo y luego subieron a vellón-, los Picapica y los Mary Janes, mi amigo se le queja porque “la peseta” ya no le alcanzaba para la merienda y los dulces… y ahí fue que recibió el trasfondo -por no decir, la descarga- de las luchas de este sobreviviente de tantos conflictos y desafíos mundiales, literalmente hablando.
Mi suegro, Míster Mercado para muchos cagüeños, tampoco la tuvo fácil. Nace en una familia humilde y pobre de Cayey que arriba a Caguas, por lo que comienza a trabajar muy joven. Entre las clases y los chivitos, en su hora de almuerzo llevaba alimentos a su padre, que laboraba en los campos fronterizos entre Caguas y lo que es hoy Gurabo. Al igual que sus hermanos y hermanas, aprende a ganarse el sustento con empeño y creatividad desde temprana edad en tiempos de gran precariedad. Se enlista en el ejército de los Estados Unidos con apenas 17 años. Llega a Corea y, nos cuenta, tenían que ayudarlo a cargar el bulto pues “pesaba más que él”. Es, precisamente, por la precariedad y las ansias de superarse para ayudar a su familia, que se registra en el Ejército tan joven, no sin temor y ansiedad de no poder regresar con vida, como tantos otros que la perdieron en el distante país, incluyendo su querido cuñado. Allí, junto a sus compañeros, los Borinqueneers, logra escabullirse del enemigo metiéndose en los ríos caudalosos de Corea a temperaturas gélidas. Fue herido, sobrevive y es devuelto a Puerto Rico, donde estudia pedagogía, completa una maestría en Estados Unidos, y se hace maestro y director de la Escuela Lincoln e inaugura la Superior Manuela Toro Morice.
Estos héroes y heroínas, sobrevivientes de los vaivenes y conflictos políticos mundiales e insulares, que superaron guerras, pandemias, depresiones económicas, escasez, discrimen y prejuicios temprano el siglo pasado, son nuestras bisabuelas, abuelos, padres y tíos que nos abrieron el camino a un mundo imperfecto, pero fértil para luchar por transformarlo.
Se dice que la historia tiene movimientos pendulares. Nuestra generación y las generaciones más recientes tenemos retos y oportunidades para forjar un mundo mejor. Por lo que nos enseñaron nuestros viejos, se puede. No tenemos excusa.
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