Editorial Semana
Pequeños gestos colosales

Por: Lilliam Maldonado Cordero
Esta semana resurgió el relato de dos hermanas yugoslavas que se reunieron, después de 23 años, con una misteriosa mujer con la que compartieron un viaje en avión entonces. El propósito del viaje de ellas era diferente al de la mujer: las hermanas huían de un país en guerra, separándose de su familia, mientras la mujer regresaba a su natal Estados Unidos luego viajar con un grupo de amigas a jugar tenis y presenciar un juego del Abierto de Francia.
La mujer se llama Tracy. Las muchachas, que tendrían entonces 17 y 12 años, son Ayda y Vanja. Según el relato, Tracy se conmocionó enormemente al ver a las dos niñas viajando solas, asustadas y ansiosas, como refugiadas. A pesar de no estar sentadas en asientos contiguos, Tracy se sintió conmovida y tomó un billete de cien dólares y los pendientes que tenía puestos, y los depositó en un sobre con una nota que entregaría a las muchachas:
“A las niñas de Yugoslavia: Lamento que el bombardeo en su país haya causado problemas a su familia. Confío que su estancia en America sea segura y feliz para ustedes. Su amiga del avión, Tracy.”
El contenido del sobre, relatan las hoy mujeres -una de ellas es anestesióloga y la otra dedica gran parte de su tiempo a organizaciones sociales-, tuvo un efecto transformador en sus vidas que quisieron agradecer personalmente algún día, por lo que dedicaron más de una década buscando a Tracy. Uniendo varias piezas del rompecabezas se fueron acercando hasta Tracy, hasta que finalmente dieron con ella.
Esta memoria tan maravillosa nos invita a reflexionar sobre el efecto que tienen el desprendimiento y la generosidad en la vida de quien los brinda y en la de aquellos que los reciben. Muchos han sido conmovidos por esta experiencia, con un efecto transformador poderoso. Incluso, una persona escribió a una de las hermanas confesándole que consideraba el suicidio como salida para su desasosiego, y luego de leer su historia, ahora dedica tiempo para ayudar a otros a superar los desafíos de la vida.
¿Cuántas veces nos hemos tropezado con alguien visiblemente angustiado, y la prisa nos impide compartirle palabras de aliento y esperanza? Con toda seguridad, un saludo, un gesto pudieran tener un efecto transformador, aunque sea por un momento. Saludar mirando a los ojos a una persona sin hogar, desearle los buenos días a un compañero de trabajo u ofrecerle ayuda para completar un deber también podría cambiarle el día, y la felicidad y el agradecimiento tienden a ser contagiosos.
En esta época en la que esperamos y rememoramos el nacimiento de Jesús es cuando con mayor resonancia nos aproximamos al verdadero significado de la generosidad más pura. Jesús, siendo parte de Dios mismo, se anonadó para nacer entre mulas, ovejas y pastores para reescribir la relación nuestra con el Creador, que sería una más directa, regida por el amor y el perdón. Más adelante en su vida, ese mismo Jesús enseñaría a sus discípulos que su padre “…hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos”. Es decir, que la bondad y la generosidad, aun desde lo Divino, no prejuzga ni discrimina a la hora de compartir dones.
Aprovechemos cualquier oportunidad que tengamos para ofrecer un gesto de generosidad, pensando en su efecto multiplicador de alegría y esperanza.