
Por: Lilliam Maldonado Cordero
Para el año 2017, el periódico The New York Times calculó que solo ocho personas -o familias- poseían la riqueza equivalente al ingreso total de 3.6 mil millones de habitantes de nuestro planeta. Es decir, menos de una decena de personas amasaba el mismo dinero que tenía la mitad de toda la población mundial de entonces. Habiendo establecido esto, duele pensar que muchos políticos se opongan a mejorar la calidad de vida de quienes viven en la pobreza, y torpedean toda iniciativa dirigida a aumentar beneficios sociales y programas suplementarios de alimentación para las madres, sus niños y los adultos mayores, porque esto representa mayores imposiciones tributarias para ese puñado de multimillonarios privilegiados que residen en los países más poderosos del mundo. ¿Es esto justo? Sabemos que no.
Otro dato revelador es, por ejemplo, que la opulencia que observamos en los monumentos históricos más emblemáticos del mundo es resultado del robo de los recursos naturales a decenas de países ricos en diamantes, oro y otros metales preciosísimos. África, por ejemplo, posee una tercera parte del total de riqueza mineral del mundo: más del 40% del oro, el 55% de los diamantes, el 66% del cobalto y más del 80% del platino están escondidos en suelo africano. La mayoría de sus países poseen grandes reservas de estos bienes de lujo, pero viven en la más extrema pobreza. Sus niños son esclavizados y trabajan en condiciones infrahumanas explotando los recursos de sus propios países, para que otras naciones los acumulen con el único fin de continuar enriqueciéndose al costo de la sangre y vida de millones de inocentes.
Francia, por ejemplo, no posee oro como reserva natural. Sin embargo, tiene 2,437 toneladas de este metal acumuladas como resultado de un “pacto” colonial de los países africanos luego de la Segunda Guerra Mundial, en el que tomó posesión de sus reservas de monedas extranjeras y el control de la extracción de materias primas de esas naciones. Hay otros países con enormes reservas de oro, un total de 12, pero Estados Unidos es el que los lidera manteniendo acumuladas 8,133 toneladas de este metal.
Quienes recordamos la historia de la colonización de América por los países europeos hace más de quinientos años, sabemos que las cúpulas de oro de sus grandes basílicas, catedrales y otros monumentos, y su riqueza y poderío político asociado con estos recursos, llevan el signo de la muerte y el sufrimiento de las comunidades indígenas que habitaban nuestros continentes, que fueron eliminadas a fuerza del abuso y el trabajo forzoso para la explotación de sus bienes patrimoniales. Asimismo, fueron oprimidos millones de africanos extraídos en contra de su voluntad de sus comunidades y familias para esclavizarlos en grandes siembras dedicadas al monocultivo, y para el desarrollo de las ciudades de los países más ricos.
A pesar de que las naciones acaudaladas del mundo han acumulado suficiente riqueza para garantizar el bienestar de sus ciudadanos, y podrían cesar sus políticas intervencionistas y opresivas contra los países empobrecidos, continúan esclavizando niños de los países pobres para solidificar sus estrategias de mercado y enriquecimiento. Una manera sencilla de comenzar a desalentar estas conductas es modificando nuestro comportamiento consumista, que solo sirve para hacer más ricos a los ricos y más vulnerables a los pobres de la Tierra, expresar nuestro rechazo a estas conductas y solidarizarnos con los oprimidos.
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