Por: Myrna L. Carrión Parrilla
Una de las características que nos ha identificado como pueblo, a nosotros los puertorriqueños, es esa relación familiar, amistosa y hospitalaria que tendemos naturalmente a ofrecerle a los que llegan, a los visitantes, a los de nuestro alrededor.
Esa misma relación es la que existía en la comunidades y vecindarios donde casi todo el mundo se conocía y sabíamos quien eras el hijo la hija de don fulano y doña fulanita, el hermano de tal y el primo de más cual.
Esa característica la hemos ido perdiendo, ya casi no nos conocemos en el vecindario, la vida agitada, las llegadas tarde a los hogares y los conceptos de comunidades cerradas y condominios ha influenciado en esta actitud de “vida privada” y a penas nos miramos a la cara cuando entramos y salimos, y por lo tanto, no nos conocemos y mucho menos hacemos comunidad.
Como muchos soy de los que me crie en una gran comunidad que todos nos sentíamos familia. Al tocarme adquirir una propiedad lo hice en una de estas comunidades cerradas, me mudé de las primeras y celebraba la llegada de mis primeros vecinos y todo el que iba llegando a mi calle. Pero aún recuerdo la cara de espanto de muchos de ellos cuando veía que me acercaba a darles la bienvenida y ponerme a su disposición como vecina de ellos que era, era como si hubiese llegado un extraterrestre.
Por mucho tiempo, he extendido manos para saludar y con algunos, parece que no ven a nadie pasar. Observo que muchas veces los perros tienen más inteligencia emocional pues si se encuentran, buscan acercarse y saludarse y con algunos vecinos por los perros he logrado contactar, pero otros si se encuentran entre vecinos, halan al suyo, cruzan la calle, como forma del contacto evitar y algunos comienzan a hablar inglés como para que no se les acerquen y evitar el contacto, la comunicación y evitar la cercanía.
Las redes sociales, el internet y la tecnología nos han acercado al mundo, pero no quisiera pensar que eso ha servido para aprender de otras sociedades lo peor y entre eso, la falta de calor humano, la falta de afecto y de caridad con el vecino. Al vecino y a quien encontremos en el camino, en un ascensor, colmado o cafetería extrañamos el saludo afectuoso y aunque sea una sonrisa que muestre respeto y familiaridad. Ese era Puerto Rico, y especialmente en las zonas mas urbanas mucho de esto hemos perdido.
Alguna vez aprendí que mi familia más cercana es mi vecino. La invitación es a retomar lo mejor de nosotros como pueblo, hemos vivido experiencias suficiente como para volver a valorar el que seamos familia y en cada espacio y comunidad volver a darnos la mano.
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