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Foto del escritorEditorial Semana

Si la vida te da limones, haz limonada




Por: Lilliam Maldonado Cordero


Hay una frase muy popular que nos invita a recorrer la vida con optimismo, buscando transformar lo negativo en positivo. “Si la vida te da limones, haz limonada” es, virtualmente, una chispa para encender el optimismo. Desde el primer organismo unicelular que no se conformó con su perfil inconspicuo y buscó replicarse en formas de vida más complejas, hasta el propósito divino detrás de la creación, que nos hizo coparticipantes superiores del proyecto de la naturaleza dotándonos con el poder del libre albedrío, para acometer la vida necesitamos estar en la disposición del continuo cambio hacia la superación desde el optimismo.


Sin embargo, hay quienes ya cuentan con una jarra llena de limonada fresca, y vemos cómo se afanan por revertir ese líquido en sus partes esenciales para botar el agua, eliminar el azúcar… para quedarse con los limones agrios.


Estas reflexiones irreverentes me llegaron mientras veía un episodio de una sitcom estadounidense, cuando uno de sus personajes principales leía una de sus frases favoritas: “Si la vida te da limonada, haz limones. La vida va a reaccionar alucinada”. Después de reírme un rato por el aparente sinsentido de la expresión, recordé algunas personas cuyo único afán es buscarle lo negativo hasta a las cosas buenas y descartan las cosas hermosas y refrescantes de la vida.


En ese grupo de personas están quienes, cada vez que se les pregunta “¿cómo te encuentras?”, contestan: “Pues…”, “Ahí, ahí…”, “Podría estar mejor…” o hasta “Harto y aborrecido”. A pesar de que algunos nos hemos visto tentados de contestar hasta epítetos impublicables ante esa pregunta, existen los lastimosos perennes, aquellos que no le ven nada positivo a la vida a pesar de tenerlo tono y no necesitar nada. En contraste, están los que viven con carencias, desempleados o subempleados, cuidando enfermos o superando enfermedades propias, y siempre están con una sonrisa, sintiendo que no necesitan mucho más de la vida. Esos, los que no necesitan, son más ricos que aquellos que poseen mucho, pero siempre quieren más.


También, están los que no pueden sentir admiración y respeto por quienes amasan logros por el producto de su trabajo y disposición. Se envilecen por la envidia, y buscan socavar los cimientos de los demás y menoscabar esfuerzos ajenos porque no tienen la capacidad de brillar con luz propia. Estos prefieren que los limones se pudran en el arbusto, pues carecen de desprendimiento, espíritu fraternal y solidaridad. Personajes como estos los vemos con frecuencia y se encuentran en todos los órdenes del componente social.


Por fortuna, son más los que van por la vida haciendo de tripas, corazones, y lo hacen con alegría y desprendimiento. Caminan con sus jarras colmadas de limonada, compartiéndola con todos los que caminan a su lado. Van sonriendo, no padecen de sed y siempre están rodeados de personas, porque desean probar de ese jugo dulce y refrescante que emana de su personalidad. En contraste, a los amargados se les reconoce porque llevan las manos en los bolsillos para amasar los frutos rancios de la negatividad, la envidia y el egoísmo.


Todos tenemos la potestad de estar amargados, pero es mejor transformar las dificultades que nos presenta la vida en cosas aleccionadoras, edificantes y productivas, y esas dulces bendiciones debemos compartirlas, como haríamos con una limonada, para el goce propio y de los demás.

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