Por: Prof. Luis Dómenech Sepúlveda
“No quiero colonia ni con España ni con Estados Unidos” (Ramón Emeterio Betances)
Enmanuel Kant, prominente filósofo alemán del Siglo XVIII, acuñó en su dialéctica el término “imperativo categórico” para referirse al principio supremo de la moralidad humana. Este visualizaba al ser humano no como un medio, sino como el fin primordial del mundo que nos rodea y como tal, toda gestión gubernamental debe girar alrededor de la humanidad a través de valores y deberes para desarrollar seres libres, auténticos y autosuficientes. Según Kant, los valores y deberes humanos no deben estar supeditados a las conveniencias o beneficios de ocasión, sino para el bienestar y desarrollo colectivo de los pueblos. En resumen, Kant sostenía que la soberanía de los pueblos es un imperativo categórico.
De modo que, toda persona que se respete a sí misma no puede menos que rechazar el colonialismo por tratarse de la expresión más burda y denigrante al que se ha pretendido someter a los pueblos como ha sido el caso Puerto Rico por los pasados cinco siglos. Primero nos tocó vivir las penurias y amarguras del colonialismo bajo el régimen represivo, corrupto y explotador del gobierno y las monarquías españolas desde 1493 al 1898. Posteriormente continuamos siendo colonia bajo el imperialismo estadounidense, supuesto paladín de la justicia, la democracia y las libertades humanas. De ahí que se nos reconozca como la colonia más antigua del planeta Tierra.
Desde la conquista de Puerto Rico en 1898, todavía es la hora en que Estados Unidos no nos ha permitido ver la luz al final del túnel para efectos de la descolonización de Puerto Rico. La presencia y dominio omnipotente de Estados Unidos sobre los puertorriqueños no solo ha contribuido a perpetuar el colonialismo ilegal, inmoral y antidemocrático, sino que ha promovido la desigualdad, la dependencia, la pobreza, la desesperanza y la emigración masiva. Como se sabe, ante la ausencia de poderes políticos para un desarrollo sostenido y para gobernarnos a nosotros mismos a la luz de nuestras propias necesidades, intereses y prerrogativas ministeriales, más de cinco millones de puertorriqueños se han visto obligados a abandonar el país durante el pasado siglo en busca de mejores condiciones de vida. Pero peor aún, el colonialismo estadounidense ha sido el causante de ese sentido pernicioso de impotencia e inferioridad social que permea en la psiquis de amplios sectores de nuestro pueblo. Ello nos ha privado de emplear nuestras propias iniciativas y potencialidades gubernamentales en aras de integrarnos a la economía globalizada de los pueblos libres y soberanos.
Resulta, por tanto, reprochable que, a la altura del Siglo XXI, todavía haya en Puerto Rico apologistas del inmovilismo colonial preconizando el antipatriótico discurso de Luis Muñoz Marín durante la década de 1940 cuando le decía al electorado que “el status no está en issue”. Resultado: 531 años de colonialismo.
Solo la soberanía nos permite proteger nuestra propia agricultura, industria y una economía robusta y sostenible. Ello, en armonía con los países soberanos de nuestro hemisferio.
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