Editorial Semana
Sobre la humildad

Por: Myrna L. Carrión Parrilla
Como hemos compartido es mucho lo que comentamos sobre lo que debe mejorar, pero de igual modo es mucho lo que hemos olvidado o dejado a un lado como individuos que pertenecemos a esta sociedad, para lograr hacer de ella una con mayor calidad de vida y una mejor convivencia.
Vivimos con mayores oportunidades de educarnos, crecer y sin embargo lo básico, que años atrás nos nutría como comunidad lo hemos olvidado en muchas instancias. Hablemos sobre la humildad, la que caracterizaba al carácter afable del puertorriqueño y que por muchas causas observamos como se olvida incluir en la formación de las generaciones que crecen. Este tema puede parecer trillado para algunos, pero por eso mismo muchas veces, lo evitamos, ignoramos y hasta olvidamos tenerlo presente como parte de la responsabilidad que cada individuo debe tener por mejorar ser una mejor persona. Para una mejor sociedad pongamos nuestro granito promoviendo la humildad. La humildad se define como que “es una virtud humana propia de quien ha desarrollado conciencia de sus propias limitaciones o debilidades, y obra en consecuencia. Es un valor que fomenta la empatía y la consideración hacia los demás, generando relaciones más saludables y constructivas.” Si nos fijamos, su significado es el opuesto a la soberbia y se relaciona con la soberbia.
La humildad en una persona existe independientemente de la posición económica o social de esta. Una persona humilde no se siente superior ni inferior a nadie, sino que siente el mismo respeto por todas las personas de su entorno y sabe valorar sus esfuerzos, lo que promueve la empatía.
La persona que aprende a ser humilde busca aprender y superarse, pero asumiendo que no siempre será posible lo que espera. No se compara ni compite con los demás porque entiende que cada cuál es único, con sus debilidades y fortalezas. La humildad nos conduce a aceptar nuestras debilidades o limitaciones, pero al mismo tiempo de nuestra virtudes y fortalezas, dejándolas ver cuando sea necesario y no imponiéndolas o marcando contar con ellas. El humilde, se reconoce humano e imperfecto, por eso no tiene temor a equivocarse y encara los retos con determinación y optimismo. Cuando trabajamos nuestra humildad adquirimos la capacidad de aprender de los errores, estamos abiertos a nuevas ideas y sin duda, evolucionamos y crecemos enormemente a nivel personal.
Cuando aprendemos a ser humildes somos más flexibles, nos abrimos a nuevas ideas y a escuchar y respetar opiniones diversas de los demás, con respeto, aunque eso no significa que dejamos las nuestras a un lado. Simplemente somos más libres al desarrollar un pensamiento crítico.
Pero ¿cómo practicar y enseñar a las futuras generaciones la humildad? Practicar la humildad y, por tanto, ser humilde, se trataría en primer lugar de una sencilla invitación a ver nuestras limitaciones y saber reconocerlas con el objetivo de aprender y ser mejores personas, reconocer en otros sus talentos y virtudes y saber ser parte de la solución, una de las cualidades para el trabajo en equipo que tanto mencionamos y se hace cada vez más necesario.
Puesto que el papel de observador que otorga la humildad es útil para entender mejor a los demás. La humildad otorga lucidez, valor y fuerza. Enseñemos a nuestros niños y jóvenes a ser humildes e identifiquemos en el liderato que nos dirija a aquellos que son realmente humildes no por donde nacieron o lo prediquen, sino porque su vida así lo demuestre. Así lograremos un mejor país.