
Por: Juan Illich Hernández
Al habernos sumergido en un breve recorrido social e histórico sobre cómo el sentimiento de pertenencia del criollismo cagüeño aconteció, encontramos que ese desarrollo de la industrialización y supuesta civilización al ámbito cotidiano modificó por completo la verdadera naturaleza del quehacer humano. Indiscutiblemente, ese período que, tanto historiadores como sociólogos denominamos como modernidad volcó a gran escala las andanzas del fenómeno globalizador en nombre de los conquistadores europeos. A pesar de que la industrialización en términos generales estallara en pleno siglo XVIII en Inglaterra (Manchester), sabemos que, en teoría, desde muchísimo antes estaba siendo practicada economico- políticamente hablando.
Nos expone el historiador Juan David Hernández León (2015) que, a finales del siglo XVI, la economía local se fue retransformando de una aurífera a una agrícola, gracias a la altísima producción de azúcar. El ingenio azucarero que primerizamente debutó e ilustró tales reformas socioeconómicas fue el de la Isla de San Juan el cual se estableció en el 1523 por parte de Juan de Castellón (Hernández León, 2015) (p.151). Esto deja claro, que la “realidad” del criollo para nada solió ser lineal y teleológica como presentan los historiadores positivistas, sino al contrario, fue una llena de conflictos. Es decir, que el desarrollo del sentimiento criollo nace de la misma teoría dialéctica o del conflicto, ya que se luchaba para sobrevivir en libertad.
En efecto, la merma de los indios y negros esclavos no proviene solamente por el infundado imaginario social de que carecían de anticuerpos u otras falsedades, sino más bien al cimarronaje a otras partes de la Isla e islas vecinas, entre otras formas. De hecho, este plan de contingencia dio pie forzado para que nazca esa identidad de pueblo criollo la cual en conjunto del ladino negro básicamente advino de la producción de la caña de azúcar. Así que, para que ese mestizaje dibujara un sólido cuadro de la composición racial y mestiza del criollismo a nivel macrosocial requirió como bien nos dice Hernández León (2015) del tercer componente racial, que es el blanco, que interesantísimamente también se fugaba de las represalias que traía consigo la Santa Inquisición española.
Cada uno de estas subdivisiones étnico-raciales recompusieron una nueva estrata (clase) social conocida como la del criollismo la cual se afilió a la visión de una especie del libertarismo o contracultura de anarquismo políticamente hablando. Destaco esto debido a que el sentimiento del criollismo, independientemente sea cagüeño como en general lleva en sus raíces la autogestión y autodeterminación organizativa a nivel económico como político. Estos señalamientos precisamente generaron mucho revuelo entre los colonos españoles y norteamericanos, puesto que se tornaba problemático las crudas imposiciones culturales del quehacer humano.
Es en ese sentido, que la vasta mayoría de los jibaros criollos vivían remotamente, justamente como delinea Tomas Blanco (1959) ya que al ser minoría como clase social no respondían a los esquemas gubernamentales y sociopolíticos burocráticos. Es por ello que el foco libertario que llevan a cabo los anarquistas lo manejaban eficazmente en sus prácticas cotidianas. Por tal motivo, es que al igual que menciona Hernández León (2015) en su icónico texto “Nuevas Fuentes para la historia de Caguas” que el primerizo criollo cagüeño es y sigue siendo el cimarrón porque trabajo para autogestionarse, plus auto-revelarese ante el sistema opresor. De este modo es que reconfiguró a sus necesidades materiales objetivas la labor del contrabando para poder subsistir.
Han sido estas transformaciones psicológicas y sociológicas las que han abierto camino para la pavimentación, plus reinterpretación de nuestra historia no oficial (Continuará)…
Columna del Taller de Investigaciones Históricas Juan D. Hernández
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