
Por: Lilliam Maldonado Cordero
Ya hemos compartido máximas bíblicas sobre la importancia de guardar el corazón, “porque de él mana la vida”. También cita el Gran Libro que, “de la abundancia del corazón, habla la boca”. Siendo testigos, mucha veces silentes, de los acontecimientos sobre política internacional, observamos el desdén con el que algunos líderes, desde su corazón, se expresan públicamente hacia sus constituyentes, comunicadores y otros gobernantes mundiales, usando los foros públicos para despotricar, minimizar y juzgar a otros desde su supuesto privilegio, aplicando sus propios prejuicios -su corazón-. El nuestro no puede ser cómplice de esto.
Entre 1933 y 1945, Adolf Hitler, ex canciller de Alemania y un dictador atroz responsable de la muerte de más de 20 millones de seres humanos durante la Segunda Guerra Mundial, fue el regidor de la Alemania Nazi aspirando a liderar nuestro mundo junto a “seres superiores”, como él, buscando subordinar y hasta erradicar a quienes no compartieran su perfil.
La trayectoria de Hitler comienza en 1919, cuando se integra al Partido Obrero Alemán, eventualmente Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, y conocido coloquialmente como el Partido Nazi. Fue su líder desde 1921, retado al interior de esta institución y ratificado en 1922. Desde esa plataforma, Hitler promulgó sus creencias tóxicas, abriéndose camino a una guerra mundial que tanto costó a la humanidad. Su propuesta contenía elementos en contra del capitalismo y la burguesía, pero en realidad era la ambición de poder de una persona trastornada y astuta.
Más adelante, como buen narcisista y manipulador, cambió de tácticas promulgando el anticomunismo, antisemitismo y ultranacionalismo. Los alemanes mantuvieron su respaldo a sus propuestas porque la economía nacional mostraba algunos signos de recuperación. Entonces, llegó la Gran Depresión a los Estados Unidos. Muchos comerciantes, temerosos de la posibilidad de una victoria de los comunistas, se sumaron al partido Nazi. Aunque Hitler no ganó las elecciones en 1932, eventualmente es confirmado como canciller de Alemania en 1933. A raíz de un incendio en el Reichstag, el gobierno alemán aprueba el Decreto del Incendio de Reichstag, que resulta en la pérdida de libertades y derechos de los ciudadanos alemanes, y comienza la eliminación sistemática de los oponentes políticos de Hitler al margen de la Constitución. Desde ahí, persiguió y eliminó a sus enemigos, muchos imaginarios -millones de semitas y otras minorías inocentes-, establece la construcción de campos de concentración y se realizan viciosos experimentos, asesinando a niños, mujeres y hombres inocentes. El poder de Hitler fue insuflado mediante la manipulación, la propaganda y el silencio de los medios noticiosos.
La historia de la Alemania nazi y sus consecuencias mundiales por el costo de vidas, por el apetito de un líder desviado por sus trastornos psicopáticos y obsesiones, no se puede contar en pocas palabras. Su manipulación nos costó y todavía nos cuesta. Como personas responsables, debemos sentirnos compelidos para releer el tracto de los eventos que precedieron la Segunda Guerra Mundial. Ninguna de las manifestaciones de Hitler buscaban la paz mundial.
Lo que nos toca a todos, hoy, es leer los acontecimientos actuales e identificar analogías del pasado, haciendo una introspección profunda de la historia. Es preciso evaluar qué ocupa el alma de Puerto Rico, porque los pueblos también tienen corazón, y de este “mana la vida”. El menoscabo de los derechos de los pueblos y su gente no es negociable. Optemos por el amor, el respeto a todos y, sobre todo, la paz, por encima de la trivialidad y las distracciones.
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