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  • Foto del escritorEditorial Semana

Ángeles de cuatro patas


Por: Lilliam Maldonado Cordero


En casa tenemos cuatro perros satos que son parte de la familia. Aunque a veces nos retan la paciencia por sus demandas de atención -dieciséis patas, cuatro rabos persiguiéndonos y sus cuatro hocicos fríos tocando nuestras manos-, prodigan el amor más desinteresado e incondicional.


La más viejita, Leah, es cazadora por naturaleza. Lleva trece años con nosotros. Desde el primer día, demostró una agilidad sorprendente para cazar todo tipo de insectos y animales. Su pasión son los sapos, para los cuales ha desarrollado una adicción que nos ha costado varios sustos. Se las ha ingeniado para cazar 67, con cuatro hospitalizaciones como consecuencia. La mayor parte de las ocasiones hemos resuelto con lavado intenso de boca y medicamentos, pero no siempre ha sido así de sencillo. En una ocasión pensamos que se iría a “tocar arpa”, pero con muchos cuidados, administración de vitaminas líquidas con gotero y mucho amor, al otro día se le escapó a su carnal de tres cabezas: el Cancerbero de los perros. Ahora, cuando llueve o es de noche, sale con grillete, es decir, con correa. Leah también es la ley y el orden de la casa, manteniendo a los otros perros disciplinados.


Lola es grande y gordita, igual que su apacibilidad y cariño. A menos que esté en el veterinario, Lola nunca está de mal humor, congenia con sus hermanos menores y con la visita, es obediente y sabe reconocer nuestros estados de ánimo. Siempre la visualizo como mi perra de servicio, pues sabe cómo me siento. Esas veces me toca con su hocico frío la mano, como pidiendo permiso, y me obliga a sentarme para acariciarla, transfiriéndome paz y consuelo.


Stellie es un poco más complicadita. Es, lo que llamamos coloquialmente, “la pata del diablo”. Es celosa, refunfuñona, pelea con su sombra y quiere dominar a sus hermanos. Aunque es la más pequeña en tamaño, los otros le guardan distancia: dos de ellos por miedo, excepto Lola, que cree que es su hija. Stellie llegó a la casa luego de ser rescatada y cuidada por mi hija de una camada de tres perritos de tres pulgadas de grande cada uno. Fue rechazada de dos hogares que la devolvieron después de adoptarla y terminó con nosotros. Sé que los cuatro darían la vida por nuestra familia y Stellie iría al frente.


Kylo Ren es el único macho de los cuatro. Es un loquito de amor de 80 libras con la agilidad de un vallista olímpico. Lo rescaté una mañana camino a Arecibo mientras colaboraba en llevar ayuda a la isla después del desastre ocasionado por el huracán María. Kylo estaba desorientado en la carretera 30 y varios conductores trataban de atraparlo para que no lo matara un carro. Me detuve, me arrodillé en la carretera, le extendí los brazos y llegó a mí. Como no podía llevarlo al veterinario en ese momento, le pedí a uno de los potenciales rescatistas que lo llevara al médico de mis perras. Otra joven fue voluntaria para acompañarlo. Fue un momento aleccionador, pues todos los conductores paralizaron la 30 para ayudar en su rescate.


Los perritos son ángeles con cuatro patas. Nos aman y nos cuidan. Aprendamos de ellos la humildad, la fidelidad y el amor sin cálculos ni pretensiones. Antes de comprar un perro de raza, te invito ir a un refugio o santuario para que adoptes y le des hogar.

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