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Carta abierta a Felipe “La Voz” Rodríguez



Felipe “La Voz” Rodríguez

Por: Lcdo. José Antonio Rodríguez Quiñones


En este momento provocador de melancolías recicladas, mi pensamiento vuela a ti para retarte en un duelo de pura sustancia poética. Ciertamente los genes familiares nos llevaron por caminos profesionales distintos, pero que al final convergieron en lo lírico. En tu caso, a través de una música exquisita y yo haciendo pininos como “aprendiz de poeta”. Esto, a pesar de que ninguno de los dos tuvo educación formal en esos campos. Definitivamente, algo tuvo que ver “el viejo” en eso…


A pesar de los múltiples encuentros tanto en nuestra isla como en Venezuela, dónde acudías no solamente a compartir en familia, sino en ocasiones a “pasar momentos difíciles ” -de esos que en ocasiones nos presenta la vida-, no se materializó nunca tal situación músico-literaria. En aquellos encuentros lejos de la patria, en los que el recuerdo emergía con su vasto arsenal de sentimientos, especialmente después de la segunda copa pre-cena (que era siempre tu cuota máxima), nunca nos envolvimos en tal ejercicio. Ahora…, después de tanto tiempo, me doy cuenta de que se nos escaparon varias ocasiones…. ¡Si supieras cuánto me gustaría poder compartir un recuerdo así, con lo que queda de nuestra familia…!


Estuvimos “a punto” aquella noche del cóctel/cena que ofrecí en tu honor en Caracas, Venezuela en 1997, cuando al calor de mi hogar protegido por la mirada del gigantesco Monte Ávila y animado por el efecto inspirador que produce el buen vino y una cofradía de amigos de primer orden (con inclinaciones bohemias), sorpresivamente pediste prestada una guitarra, cosa que nos hizo pensar que algo importante allí sucedería.


Uno de los invitados, -nuestro mutuo amigo y primerísimo actor Daniel Lugo-, quien a la sazón era dueño y señor de las novelas televisadas de esa época en Venezuela, sorprendido al verte guitarra en mano y en posición de ejecutar en tu campo, detuvo el momento y reclamó el derecho que como buen boricua le asistía, para hablar en forma introductoria sobre tu obra artística. Esto, para beneficio de las diferentes nacionalidades esa noche allí representadas, pues ¿qué puertorriqueño existe que no te conozca a tí y a tu música? Aunque no me sorprerprendió el verbo florido de Daniel -quien se expresó esa noche “desde el alma”-, sí sorprendió darme cuenta lo mucho que el hombre te admiraba (y de seguro te sigue admirándo).


A continuación y después de la instrucción que le diste a los músicos con la frase “sígame en RE maestro”, nos obsequiaste con dos de tus más conocidos éxitos musicales, pero que esa noche los sentimos taladrar el sentimiento de una forma especial. Puedo decir, sin temor a equivocarme, que nunca se han sentido y escuchado más calcinantes y profundas las canciones “Santuario sagrado” y “La cama vacía”. Sin imaginárselo y sin ensayo alguno, confabularon voz, sentimiento y buenos músicos venezolanos, en un momento mágico para la historia.


Después…, llanto y emociones de hombres y mujeres, en el inolvidable final de una noche esplendorosa que aún levita en el recuerdo de los que tuvimos el privilegio y la distinción de estar allí presentes.


Por la pasión y emoción que transmitías en tus interpretaciones, te bautizaron y todavía el mundo latinoamericano te recuerda como “La Voz”. ¡Que no calle la voz del cantor, aunque tristemente se haya apagado su vida, hace ya cinco lustros…!

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