Erradiquemos la política de confrontación
- Editorial Semana

- 4 dic
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Por: José “Conny” Varela
Los estilos de comunicación de ciertos políticos autoritarios han dejado de ser meros incidentes aislados para convertirse en una estrategia sistemática de confrontación. El insulto, la descalificación y la rudeza se transforman en herramientas de poder, utilizadas para reafirmar autoridad y marcar distancia frente a la prensa y la ciudadanía.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, volvió a demostrar esta semana su inclinación por el ataque personal. En un intercambio con periodistas, calificó de “ridícula” a una reportera, tras haber llamado “cerdita” a otra y “fea” a una tercera. Estos exabruptos no son simples arrebatos emocionales: forman parte de un patrón que busca minimizar a los medios, sembrar desconfianza y consolidar una imagen en la que el político se presenta como víctima de una prensa hostil. La confrontación, en este caso, se convierte en espectáculo político.
Puerto Rico no está exento de este estilo. La gobernadora Jenniffer González recientemente protagonizó un episodio similar al mandar a callar a un periodista, señalarlo con el dedo y responderle con rudeza y falta de cortesía. El gesto, más allá de la anécdota, refleja un estilo de ejercer el poder que privilegia el atropello sobre el diálogo, la intimidación sobre la transparencia. En un contexto en que la prensa cumple un rol esencial de fiscalización, estas actitudes erosionan la confianza pública y proyectan una imagen de intolerancia hacia la crítica.
Ambos casos —el de Trump en Washington y el de Jenniffer en San Juan— ilustran cómo el estilo pendenciero, de confrontación, se ha normalizado en ciertos liderazgos. La política se convierte en un ring en el que la palabra se usa como arma, y el periodista como adversario. Sin embargo, detrás de cada insulto y cada gesto autoritario, lo que se pone en juego es la calidad de la democracia. Una democracia que se debilita cuando el poder se ejerce desde el desprecio hacia quienes cuestionan.
El reto para las instituciones y la ciudadanía es no caer en la trampa del espectáculo, ni en la validación de la agresión. La confrontación puede generar titulares, pero a largo plazo mina la cultura del respeto, la deliberación y la rendición de cuentas. Frente a los estilos autoritarios, la respuesta no debe ser el silencio ni la resignación, sino la reafirmación del periodismo como pilar democrático y la exigencia de un liderazgo que entienda que el poder se legitima en la prudencia y el civismo, no en el insulto.
El estilo pendenciero debe provocar el más firme rechazo de los electores hacia los políticos que lo utilizan. Puerto Rico tiene un modelo de liderazgo en Pablo José Hernández Rivera que revitaliza la civilidad y el respeto en la política. La campaña electoral para el 2028 aun no comienza, pero el contraste entre él y los que perfilan como opositores ya es evidente. Es tiempo de adecentar la política puertorriqueña. Es tiempo de Pablo José.
El autor es representante por Caguas
en la Cámara de Representantes






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