Por: Juan Ilich Hernández
Si de algo podemos estar seguros, es que en estos tiempos ultrarrápidos y superficiales que estamos viviendo, la cultura que se ha ido cuajando es una del “fast-tracking”, cualidad que a su vez refuerza el individualismo enajenante. Quiérase decir, que nos situamos ante una era muy arraiga al yo. Y este hecho es debido a que hoy todo lo que concierna a trabajo en equipo, cohesión laboral, empatía, comunicación efectiva, relaciones interpersonales, entre otros elementos esenciales de una sociedad civil son fomentados por la cibercultura contemporánea.
Actualmente, el mecanismo de desestabilización psicoemocional/psicosocial que subvierte y censura la realidad objetiva ha sido el aparato ideológico de Estado de los medios de comunicación de masas vía las mismas redes sociales. Esto no significa que los instrumentos de control y difusión como la televisión, radio, etc. tengan la misma importancia, sino más bien, que la frivolidad politiquera e hiperconsumerista se alineó con los recursos tecnológicos como son los blogs, podcasts, influencers, bots conversacionales y redes sociales. Mediante este entroncamiento de lo que es la cultura digital contemporánea y los grandes intereses financieros, hallamos cómo va desmoronándose el capital cultural (artes, literatura, teatro, filosofía, historia y el mismo lenguaje) gracias a la introducción del facilitador/entorpecedor de las máquinas inteligentes.
Ante el desamparo, duda y resolución inminente, la cultura del hiperconsumo diseñó la hiperrealidad o cuasi realidad la cual para nada se desprende de las ocurrencias de nuestro mundo real. Lo característico y atrapante de esta maniobra según nos expone el sociólogo Jean Baudrillard es que nuestro mundo contemporáneo está totalmente condicionado y simulado por imágenes falsas e inclusive representaciones sensacionalistas las cuales hacen reemplazar lo real con lo irreal. Tanto es así, que lo que definimos, percibimos e interpretamos como “lo real” en sí hoy día se desvanece en puras fantasías e imaginarios debido al íntimo enlace que estos guardan con el entorno virtual.
Es en ese sentido, que ya puede evidenciarse cómo los espacios educativos como la escuela, universidad, bibliotecas, revistas y hasta textos famosísimos sean sustituidos e incluso compendiados por artefactos electrónicos. Desde certificaciones fatulas vía on-line para ser entrenador/a motivacional, adelantos de grados universitarios en menos de dos años bajo un sistema ordenador algorítmico, hasta audiolibros que compendian mamotretos clásicos como “Don Quijote” o “La Divina Comedia”. Cada ejemplo señalado puntualiza el agudo vacío, tanto crítico como reflexivo del pensamiento. También, es importante subrayar, que dichos avances, aunque parezcan ser progresivos para las generaciones ascendentes son a su vez limitantes ya que no te permiten el ir más allá de lo aparente u objetivo establecido.
Por tal motivo, es que cuando se intenta emprender algún tipo de cambio como serian cambios de currículos educativos, más programas televisivos informativos, formulación e implantación de políticas sociales, repudio hacia una injusticia como es la ley 22, entre otros fines se nos paga con austeridad, sobreinflación, represalias, muerte y mordaza. Así que, el aspirar a la esperanza y un mejor porvenir en estos momentos es algo que hasta resulta dificultoso por las mismas circunstancias sociales e históricas que nos impiden ser plenos. Sin embargo, es el mismo deseo el que puede hacer posible la ruptura de esas cadenas que nos ha impuesto el sistema capitalista.
Una de las mejores estrategias para combatir ese sentimiento de angustia desesperanzador es como señala Erich Fromm “Tener esperanza significa estar listo en todo momento para lo que todavía no nace, pero sin llegar a desesperarse si el nacimiento no ocurre en el lapso de nuestra vida”…
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