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  • Foto del escritorEditorial Semana

Gloriosas contradicciones de un nacimiento singular


Por: Lilliam Maldonado Cordero


Iniciamos otra de nuestras Navidades, las más largas del mundo, dicen, y son la oportunidad que tenemos para celebrar por encima del abatimiento enfrentado en años recientes.


No obstante, antes de alzar la voz con el “olvida y canta”, no olvidemos solidarizarnos con muchos otros hermanos del mundo que sufren por la zozobra de la subordinación y las consecuencias terribles causadas por guerras al interior de sus pueblos y otras, por motivaciones ajenas a sus propios intereses. Pero, no es necesario ir muy lejos: miles de niños y viejos en nuestra isla sufren a causa de la carencia de alimentos, pobres condiciones de vida y vivienda, y ausencia de cuidados médicos dignos. Algunas personas criticarán el que se insista en la importancia de solidarizarnos con los menos afortunados cuando arranca una festividad tan colorida como la Navidad. Pero ¿para cuándo vamos a dejar nuestra reflexión sobre “los otros”? ¿Sobre los pobres, los viejos, los niños desprovistos de amor, las personas sin hogar y las mujeres que sabemos que son maltratadas física o emocionalmente junto a sus hijos? Estas realidades no pueden esconderse debajo del manto de las fiestas, la música y el lujo de la abundancia de una mesa rebosante.


Ya adentrándonos en el Adviento, que para los cristianos es la oportunidad para prepararnos en arrepentimiento y esperanza para la alegría del nacimiento de Jesús Emanuel, ¿no debemos dar un espacio para sentirnos compelidos por el mensaje de humildad y sacrificio de un ser que, siendo Dios mismo, escogió anonadarse, hacerse uno más de nosotros y padecer, para enseñarnos el verdadero significado de su misteriosa divinidad? Para muchos creyentes, el nacimiento de Jesús es una de las más fascinantes demostraciones de amor y sacrificio, superado únicamente por su muerte y resurrección. Aún para el ojo cauteloso y crítico, para los cínicos y escépticos, o para quienes no abrazan la fe cristiana, Jesús es un personaje capaz de encarnar todos los valores y virtudes de un hombre vinculante con toda filosofía y conciencia humana promovedora de compasión, piedad, perseverancia, desprendimiento y amor.


Reconozcamos esas cualidades en el Emanuel, al vilo de celebrar su nacimiento humano entre tantas aparentes contradicciones que revelan un acontecimiento único: un pequeño rey, hijo de Dios y de la más profunda humildad; nació en una aldea insignificante y pobre, Belén, que ya no sería la más pequeña entre los príncipes por recibirlo, según anunciaron los profetas; un ser vulnerable, acunado entre pajas y desechos de animales, celebrado con majestuosidad por ejércitos de ángeles que anunciaron al mundo su nacimiento prodigioso y esperado; su búsqueda por tres reyes para adorarlo por ser “Rey de Reyes”, mientras otro rey, Herodes “El Grande” lo buscaba para matarlo, intento frustrado por fuerzas divinas.


El hilo conductor del nacimiento de Jesús, que estaremos prestos a celebrar, encierra un misterio profundo: que la apariencia de la pobreza y humildad contiene grandeza y divinidad. No es por menos que ese mismo Jesús, más adelante, prometería ser herederos del Reino a los pobres, los que lloran, los mansos, los que tienen hambre y sed, los misericordiosos, los de limpio corazón, los pacíficos, los que padecen persecución por la justicia, y los injuriados y odiados por abrazar su testimonio transformador.


En esta nueva Navidad, aprovechemos para reflexionar sobre estas gloriosas contradicciones, y aspiremos a parecernos un poco más a ese milagro.

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